El carnicero era un amante de las cosas etéreas, aunque cada día tuviese que cortar contundentes masas musculares y hundir sus manos en el ganado. Había descubierto mundos sutiles fundidos en la inspiración y en la espiración del aire. Ámbitos delicados, poéticos, trascendentes. Puros, filosóficos, metafísicos.
No se cansaba de comentar a sus clientes las propiedades transformadoras del oxígeno, los poderes ocultos del hidrato de carbono y la delicadeza perceptiva de la retención del aire, mientras aserraba alguna columna vertebral o acuchillaba un muslo.
En su barrio empezaron a dudar de su cordura y a comentar que, debido a su oficio, se había contagiado del mal de las vacas locas. En el bar “Noche y Día”, en cambio, atribuían sus rarezas a esos parches que se ponía en la nariz para respirar mejor.
Su esposa se entregó a turbias sospechas sobre todo a causa de sus escapadas nocturnas, aunque los vecinos le aseguraron que nunca lo habían visto en las pistas de baile ni en los lupanares, tampoco en los clubes de alterne ni en las saunas, menos aún en los bingos o en los campos de fútbol. De algo estaban todos seguros: nunca acudía a ningún local público ni privado.
Don Carnal se limitaba a recorrer la costanera, a respirar cada noche el aire puro de los álamos y del río.
Su esposa apuró las graves decisiones un Viernes Santo, cuando él llegó a las tres de madrugada.
"Querida, no pienses mal, créeme, sólo salgo a respirar el vapor de las estrellas", le explicó por enésima vez él, con voz tierna.
No se cansaba de comentar a sus clientes las propiedades transformadoras del oxígeno, los poderes ocultos del hidrato de carbono y la delicadeza perceptiva de la retención del aire, mientras aserraba alguna columna vertebral o acuchillaba un muslo.
En su barrio empezaron a dudar de su cordura y a comentar que, debido a su oficio, se había contagiado del mal de las vacas locas. En el bar “Noche y Día”, en cambio, atribuían sus rarezas a esos parches que se ponía en la nariz para respirar mejor.
Su esposa se entregó a turbias sospechas sobre todo a causa de sus escapadas nocturnas, aunque los vecinos le aseguraron que nunca lo habían visto en las pistas de baile ni en los lupanares, tampoco en los clubes de alterne ni en las saunas, menos aún en los bingos o en los campos de fútbol. De algo estaban todos seguros: nunca acudía a ningún local público ni privado.
Don Carnal se limitaba a recorrer la costanera, a respirar cada noche el aire puro de los álamos y del río.
Su esposa apuró las graves decisiones un Viernes Santo, cuando él llegó a las tres de madrugada.
"Querida, no pienses mal, créeme, sólo salgo a respirar el vapor de las estrellas", le explicó por enésima vez él, con voz tierna.
Pero no le sirvió de nada.
Un juez necio y sin sensibilidad falló en su contra en la vista oral de divorcio. Y poco después emigraba a una región remota con el aire más puro de la tierra y en donde incluso los ángeles danzan llevados por la brisa.
Cuando le presentaron al Gran Lama, éste le explico que entre los monjes los síntomas que él mostraba eran conocidos como lung o mal del aire, propio de los grandes meditadores que se pasan años recitando mantras en las remotas cuevas del Himalaya. Y le dijo que podía ayudarlo a curarse. Pero Don Carnal no quiso.
Así era feliz. Había aprendido a respirar poesía.
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Mónica Sabbatello - Barcelona, España.
http://www.elbichitodeluz.blogspot.com/
N/C
7 comentarios:
Me ha gustado mucho, de verdad.
Fantástico relato. El estereotipo de carnicero es alguien carente de sensibilidad. Una antítesis de las ideas preconcebidas y la más que posible realidad. El carnicero poeta. Muy bueno.
Un saludo.
La figura de un carnicero poeta ya es todo un hallazgo. Estamos acostumbrados a consumir clisés, y esto rompe el molde.
Este relato debería tener alas para volar más alto.
Ahora iré a El Bichito de Luz a seguir emocionándome con tu creatividad.
Entre las escritoras eres una ESCRITORA.
Enhorabuena, Mónica.
Odi
Superguay, tía. Llegas adónde quieres llegar, al corazón.
¿Quién dice que no puede haber carniceros poetas?
Mi padre tenía un amigo sepulturero que escribía poesías románticas, y según nos contaba, no tenía nada que envidiarle a Bécquer.
Carla
Respirar poesía es respirar vida. Es querer ver más allá de lo que se ve. Es amar por el simple hecho de amar."El poeta del aire" aprendió todo esto, y le encomendó a Mónica que lo transmitiera.
El tuyo es un relato que deja huellas.
Creo que eres una gran escritora, y espero que un día el mundo sepa de tu existencia.
Uno del Montón.
Estamos ante un bello cuento. La poesía arranca desde el silencio para hacerse con la criatura que atesoraba sensibilidad.
La mujer, víctima de los celos infundados, no supo comprender que el poeta sólo necesitaba "respirar el aire de las estrellas".
Mónica, buen manejo de las palabras y perfecta aplicación del ritmo narrativo. Felicitaciones.
Dos3cuatro
Quizás la poesía del poeta no supo llegar al corazón de la esposa, o a la esposa le intereasaba más lo que ganaba con la carne que la poesía. Al final los dos ganaron; ella consiguió la libertad, y él aprendió a respirar el aire de las estrellas.
Este es un relato excelente narrado de modo excelente.
Mónica, te dejo mi admiración, mi aplauso y un beso.
Yaiza
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