martes, 1 de febrero de 2011

Índice alfabético de algunas voces indígenas empleadas en el texto

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AHUÉ – Árbol indígena
BIGUÁ – Ave palmípeda de la subfamilia de los gracúlidos.
CAICOBÉ – Vos guaraní que significa planta que vive.
CAMALOTE – Planta acuática que se ve comúnmente en las orillas de ríos y lagunas.
CAMOATÍ – Nombre indígena de los grandes panales de miel que construyen con
barro entre las ramas de los árboles las abejas o avispas silvestres.
CANELÓN – Árbol de hoja carnosa de un verde oscuro.
CARANCHO – Ave del orden de las rapaces diurnas.
CARPINCHO – Animal mamífero del orden de los roedores, familia de los cávidos.
CEIBO – Arbusto o árbol que, a veces, alcanza la altura de ocho metros.
CIPÓ – Enredadera muy resistente.
CURUPÍ – Árbol mediano, tiene savia blanca, lechosa y muy venenosa.
CHAJÁ – Ave zancuda del orden de los caunos.
CHINGOLO – Ave del orden de los paserinos o pájaro cantor.
GUAYABO – Árbol de mediana estatura.
GUABIYÚ – Árbol de la familia de las mirtáceas.
GUAYACÁN – Arbusto pequeño de madera muy dura y resistente.
HUM – Nombre que los charrúas le daban a Río Negro.
JAGUARETÉ – Tigre americano.
MBURUCUYÁ – Enredadera conocida también con los nombres de pasionaria,
pasiflora, o de la pasión.
MACACHÍ – Planta de las tuberáceas. Sus rizomas son comestibles.
MAMANGÁ – Nombre indígena de los abejorros.
MOLLE – Árbol indígena de mediana estatura.
MIRASOL – Ave del orden de las zancudas.
NUTRIA – Animal del orden de los roedores. Especie de rata de agua.
ÑACURUTÚ – Ave de rapiña nocturna, de la familia de los estrígidos.
ÑANDÚ – Nombre guaraní del avestruz americano.
ÑANDUBA – Árbol indígena de grandes dimensiones.
OMBÚ – Árbol originario de América, alcanza una altura de 16 a 18 metros.
PAJA BRAVA - Grama que se cría a orillas de arroyos y ríos. Su hoja es larga, brillante y dentada.

QUEBRACHO – Árbol de 10 a 15 metros de altura y tronco de un metro de diámetro.
SARANDÍ – Voz guaraní y quiere decir lugar donde hay mucha maleza.
TABARÉ – Voz tupí. Todo indica que fue el nombre de un cacique charrúa.
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Glosario gauchesco usado en el poema

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A
ABOMBAR
: Aturdir
ACHACAR : Imputar algo en forma equivocada.
ACHURAS : Vísceras.
ACHURAR :
Sacarle las vísceras a una res. Matar.
ADOBE :
Ladrillo sin cocer, secado al sol.
AFLOJAR MANIJA : Ceder.
AFLUS : Sin Nada.
AGUAITAR : Acechar, espiar.
AHIJUNA :
Interjección. Contracción de "¡ Ah hijo de una !"
ALELUYAS : Cuentos, mentiras.
AL ÑUDO : Inútilmente.
ALZADO : Sublevado. Animal chúcaro.
AMOLAR : Embromar, fastidiar, incomodar, jorobar.
AMUJAR : Bajar.
ANGELITO : Niño de corta edad, muerto.
ANGURRIA : Mucho deseo de algo, ansia.
ANGURRIA : Mucho deseo de algo, ansia.
APARCERO : Compañero, amigo.
APEDARSE : Emborracharse, embriagarse.
APERO : Conjunto de elementos que componen la montura del caballo.
APLASTADO : Caballo cansado.
APORRIAR : Castigar, maltratar.
APOTRARSE : Enceguecerse de rabia, como potro enfurecido.
ARISCO : No domado.
ARRIADOR : Látigo largo.
ARRUMBAO : Abandonado.
ASARIARSE : Azorarse, sobresaltarse.
ATORADO : Atragantado, ahogado. Quien obra sin meditar.
AVE : Todo animal de caza (ñandú, peludo, jabalí, etc.)
AVIAO : El que posee algo.
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B
BAGUAL : Caballo salvaje.
BANDALAJE : Bandidaje, conjunto de bandidos.
BAQUIANO : Conocedor de una región.
BARAJO : Eufemismo para no decir carajo.
BARATO : Regalo que hace el jugador que gana a alguno de los presentes.
BARULLO : Desorden.
BARRACO : Verraco, cerdo.
BASTOS : Lomillo, prenda del recado de montar.
BICHOCO : Caduco, viejo, ya inútil, obsoleto.
BOLADA : Ocasión, oportunidad favorable.
BOLAS : Boleadoras
BOLAZO : Mentira. Golpe.
BOLIARSE : El potro que se hecha para atrás.
BOLICHE : Pequeño almacén o despacho de bebidas.
BOMBERO : Espía.
BOMBIAR : Espiar.
BORDONA : La sexta cuerda de la guitarra.
BOZAL : El que habla torpemente el idioma.
BRUTA : Eufemismo para no decir puta.
BUEY CORNETA : Buey que tiene una sola asta.
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C
CACIQUE
: Jefe indio.
CALAMACO : Poncho pequeño y ordinario.
CAMÁNDULAS : Artimañas.
CAMPIAR : Campear, salir al campo en búsqueda de animales.
CANCHA : Terreno emparejado donde se hacían carrera de caballos.
CANEJO : Eufemismo para no decir carajo.
CANTAR DE CONTRAPUNTO : Payar.
CANTAR PARA EL CARNERO : Morir.
CARGUERO : Animal de carga.
CARNE DE COGOTE : La parte mas despreciada del vacuno.
CARNE DE PALOMA : De color morado, y morado es cobarde.
CARNIAR : Matar una res.
CEBAR : Preparar mate.
CERDIAR : Cortar las cerdas del caballo.
CIMARRON : Animal salvaje, bagual. Mate amargo.
CIMBRÓN : Sacudón.
CINCHA :
En el juego de naipes, sacar las cartas juntas.
COJINILLO :
Manta de lana de la montura.
COMO BARRIGA DE SAPO : Fría.
CONCERTADOR : Cantor que improvisa.
CONCHABAR :
Emplear a salario fijo, generalmente mensual.
CONTINGENTE :
Conjunto de soldados.
CORTARSE :
Separarse, irse solo.
CORRIDO : Experimentado.
COSTEARSE : Molestarse.
CRIOLLO : Nativo hijo de extranjero.
CUARTIAR : Ayudar con una cuarta.
CUCAÑAS :
Procedimiento de mala fe.
CURIAR : Sacar el cuero a una res.
CUERPIAR :
Evitar algo, desentenderse de algo. También esquivar la puñalada o el bolazo.
CUJA :
Cama con respaldo.
CUNA :
Casa de expósitos.
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CH
CHAFALOTE
:
Bárbaro o caballo de gran alzada o cuchillo grande.
CHAGUARAZO :
Latigazo.
CHAJA :
Ave vigilante como el tero.
CHAMUSCADO :
Medio borracho.
CHANCLETA :
Cobarde, maula, o mujer ya de cierta edad.
CHANCHO : Cerdo.
CHARANGO : Guitarra.
CHAPETÓN : Inexperto.
CHARABÓN :
Avestruz pequeño, aun sin plumas.
CHASQUE : Correo.
CHAUCHA :
Moneda de poco valor.
CHICOTE : Rebenque, látigo.
CHIFLE :
Asta de buey para llevar líquido.
CHINA :
India. Cariñosamente el gaucho llamaba así a su mujer .
CHIRIPÁ :
Calzón amplio.
CHUCHO : Miedo.
CHUMBO : Bala.
CHUNCACO : Sanguijuela.
CHUPAR :
Beber, emborracharse, embriagarse.
CHUSMA :
Entre los indios, la gente que no peleaba: viejos, mujeres y niños.
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D
DAÑO :
Hechizo, brujería.
DAR ALCE :
Dar respiro, tregua.
DAR LAZO : Cuando se enlaza a un animal se lo deja correr un rato para desarrollar el lazo.
DAR PALO : Alusión o reproche mortificante.
DE ARRIBA : Sin pagar impunemente.
DE LEY : De buena calidad.
DE MALA MUERTE : De mala clase.
DESOCAR : Estropear las patas del caballo.
DESPEDICIÓN : Deformación de expedición.
DESPELUZARSE : Temblar de miedo.
DESPILCHAO : Sin pilchas, pobremente vestido.
DIVERTIDO : Algo ebrio.
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E
ECHAR PANES
: Decir bravatas
EL COMO
: La manera, el modo
EL MALO
: El diablo
EMBRETAR
: Encerrar, aprisionar
EMBUCHAO
: Agravio contenido
EMPERRADO
: Empecinado, terco, empacado
ENANCAOS
: Dos jinetes en un caballo
EN BACA
: De acuerdo, actuando en conjunto
ENCOCORARSE
: Enojarse
ENCORDAO
: Conjunto de cuerdas de la guitarra
ENGANCHAO
: Soldado contratado a sueldo
ENRIEDAR
: Embridar, poner las riendas
ENTONAO
: Seguro de su guapeza
ENTREVERARSE
: Mezclarse, confundirse
ENTREVERO
: Choque, pelea a cuchillo o lanza, cuerpo a cuerpo
ENTRIPAO
: Agravio contenido
ENVENAO
: Cuchillo con el cabo forrado en verga
ESPICHAR
: Morir
ESTAQUIAR
: Castigo que consistía en atar al preso de pies y manos a cuatro estacas
ESTRICOTE
: Sin miramiento
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F
FACÓN
: Cuchillo grande
FANDANGO
: Baile. Alboroto, desorden
: Fui
FILIAR
: Enderezar, componer
FLETE
: Caballo de carrera
FLOJO
: Cobarde, maula
FREGONA
: Burlona, de fregar: molestar, burlar
FRONTERA
: Límite de las tierras del hombre blanco y el indio, señalada por fortines
FUMAR
: Engañar
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G
GARGUERO
: Garganta
GARIFO
: Altanero, apuesto, galano
GATO
: Nombre de un baile
GAUCHADA
: Gauchaje. También favor, ayuda, acción generosa
GRINGO
: Extranjero
GRULLO
: Peso moneda nacional
GUACHO
: Sin padres
GUADAL
: Terreno movedizo
GUALICHO
: Brujería
GUAPO
: Valiente o fuerte, resistidor
GUASCA
: Lonja de cuero
GUAYACA
: Bolsa de cuero en donde se llevaba el tabaco o el dinero
GUENO
: Bueno
GUITARRERO
: Guitarrista. El que toca la guitarra
GURÍ
: Niño
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H
HACER LA TARDE : Dejar pasar la tarde sin trabajar, jugando, bebiendo, conversando, etc.
HACERLE VER LA LUZ
: Darle dinero (por las el brillo de las monedas de plata)
HACER PATA ANCHA
: Hacerle frente a cualquier circunstancia o peligro
HACERCE ASTILLAS
: Despedazarse, hacerse añicos
HACERSE EL CHACHO RENGO
: Hacerse el inservible
HACERSE EL POLLO
: Hacerse el inocente
HACIENDA
: Ganado vacuno
HEMBRAJE
: Conjunto de mujeres
HINCARSE
: Arrodillarse
HUINCA
: Así llamaban los indios al hombre blanco
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I
INFIEL
: Indio no cristiano
IRSE AL HUMO
: Expresión indígena, de irse sobre los fusiles humeantes
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J
JABÓN
: Miedo, temor
JEDENTINA
:Mal olor
JINETEAR
: Cabalgar
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L
LADINO
: Listo, habilidoso. También se llamaba así al indio que sabia el idioma del blanco
LATA
: Sable
LATÓN
: Despectivamente por el sable
LAYA
: Clase. Tipo
LAZO
: Trenza de cuero con un nudo corredizo mediante una argolla
LEJÍA
: Ceniza de jume (planta de terreno salitroso) que se utilizaba como jabón
LENGUARAZ
: Interprete que sabe el idioma indígena
LENGUETEO
: Confusión de voces, murmullo
LEÓN
: El gaucho llamaba así al puma, en la pampa no hay leones
LIMETA
: Frasco de bebida
LOBO
: Perro salvaje, en la pampa no hay lobos
LONJA
: Tira de cuero
LONJEAR
: Cortar correas de cuero
LUZ MALA
: Fuego fatuo
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LL
LLEVAR POR DELANTE
: Atropellar
LLORONAS
: Espuelas de rodajas grandes
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M
MALEVO : Delincuente, peleador, bandido
MALICIAR
: Sospechar
MALÓN
: Ataque indio que termina en robo e incendio
MAMAO
: Borracho
MAMÚA
: Borrachera
MANCARRÓN
: Caballo viejo
MANEA
: Traba de cuero para atar las pata delanteras del caballo
MANGANETA
: Engaño, ardid
MANOTIAR
: Robar
MARICA
: Hombre afeminado
MASCADA
: Producto de un robo. También a la porción de tabaco que se masca
MATACO
: Armadillo, también "peludo", "mulita", "pilche" o "quirquincho"
MATRERO
: El que vive huyendo perseguido por la justicia.
MATUNGO
: Caballo viejo, también MATUCHO
MENA
: Clase o casta
MERCHERIA
: Mercancía
MILICO
: Soldado
MILONGA
: Baile
MOSQUETE
: Golpe
MORAO
: Cobarde
MORO
: Color de pelo de un caballo, mezcla de negro y blanco, mas oscuro que el tordillo
MOSTRAR LA HILACHA
: Mostrar lo que en realidad es y se tenía oculto
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N
NACIÓN
: Extranjero, "Gringo"
NOQUE
: Bolsa de cuero
NO SER MANCO
: Ser hábil, diestro
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Ñ

ÑANDÚ
: Avestruz americano
ÑATO
: De nariz aplastada
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P
PACO : Hombre falso
PAGO
: Lugar donde se ha nacido
PAISANO
: Camarada, aparcero
PAMPA
: Indio Araucano
PAMPERO
: Viento del oeste y del sudoeste
PAN BENDITO
: Pan en pequeña cantidad
PANGO
: Enredo, confusión, barullo
PARDO
: Mulato
PAREJERO
: Caballo corredor
PARLAMENTO
: Entre los indios reunión de caciques
PAYAR
: Cantar improvisando
PELAR
: Sacarle el dinero mediante argucias a los jugadores novatos
PELAR LA BREVA
: Ganarle lo que uno tiene , también arrebatárselo
PELAR LA CHAUCHA
: Dejarlo desnudo
PELUDO
: Borrachera o asunto costoso
PERDULARIO
: Vicioso
PERICÓN
: Baile gauchesco
PÉRTIGO
: El palo largo de las carretas donde se atan los bueyes
PIAL
: Tiro del lazo a las patas delanteras del animal
PICHICOS
: Huesos de las patas del vacuno con que se hacen juguetes para los niños
PIFIAR
: Burlar
PIJOTEAR
: Mezquinar
PITAR
: Fumar
PLAYA
: Terreno limpio de matorrales
PONCHO
: Prenda de vestir del gaucho, manta rectangular con una abertura en el medio
POR CARAMBOLA
: De casualidad
PORRÓN
: Frasco de ginebra
PORRUDO
: De pelo abundante
PRENDA
: Mujer amada
PUCHA
: Eufemismo para evitar decir puta
PUCHO
: Colilla de cigarrillo
PULPERÍA
: Tienda de ramos generales, donde se despachan bebidas
PUNTA
: Eufemismo para evitar decir puta
PUYÓN
: Espolón de acero para los gallos de riña
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Q
QUERENCIA
: Lugar donde se habita
QUINCHO
: Tejido de juncos para techos
.
R
RAMADA
: Enramada, cobertizo.
RANCHO
: Vivienda con paredes de barro y techo de paja
RASTRILLADA
: Camino abierto por el paso de los animales
RECADITO CANTOR
: Recado chico y pobre
RECADO
: Conjunto de piezas para ensillar el caballo
REDOMÓN
: Potro a medio amansar
REFOCILO
: Relámpago
RENEGARSE
: Enojarse
REPUNTAR
: Juntar animales dispersos
RETOBAO
: Malhumorado, resentido
REVOLUTIS
: Pelea entre varios
REYUNO
: Caballo propiedad del Estado
ROBADA
: Con facilidad
RODEO
: Lugar abierto para el ganado
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S
SABERSE SACUDIR EL POLVO
: Saber desempeñarse
SOCORRO
: Adelanto de sueldo
SOFRENAR
: Detener bruscamente el caballo con un tirón de riendas
SUERTE RECULATIVA
: Mala suerte
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T
TACO
: Trago
TAMANGO
: Calzado rústico
TAPE
: Indio, también se llama así al hombre bajo de espaldas anchas
TAPERA
: Rancho en ruinas
TEMERIDAD
: Abundancia
TENDAL
: Conjunto de cosas desparramadas, tendidas
TERNE
: Matón, valentón, "guapo"
TENER GUEN CUERO
: Ser fuerte y bravo
TENERSE POR BUENO
: Tener confianza en la capacidad y valor propio.
TIENTO
: Trozo de cuero crudo
TIRADOR
: Cinturón de cuero
TOLDERÍA
: Conjunto de toldos (viviendas) de los indios
TOPADA
: Encuentro en pelea o payando
TORUNO
: Buey mal castrado
TRANCA
: Borrachera
TROPILLA
: Conjunto de animales yeguarizos
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Y
YAPA
: en una venta lo que se da de mas sin cobrarlo
YERRA
: Acción de herrar o marcar el ganado
YUYO
: Maleza
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Z
ZAFARRANCHO : Desorden

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TABARÉ - Introducción

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I
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Levantaré la losa de una tumba;
E internándome en ella,
Encenderé en el fondo el pensamiento
Que alumbrará la soledad inmensa.
Dadme la lira, y vamos: la de hierro,
La más pesada y negra;
Esa, la de apoyarse en las rodillas,
Y sostenerse con la mano trémula,
Mientras azota el viento temeroso
Que silba en las tormentas,
Y, al golpe del granizo restallando,
Sus acordes difunde en las tinieblas;
La de cantar sentado entre las ruinas
Como el ave agorera;
La que arrojada al fondo del abismo,
Del fondo del abismo nos contesta.
Al desgranarse las potentes notas
De sus heridas cuerdas,
Despertarán los ecos que han dormido
Sueño de siglos en la oscura huesa;
Y formarán la estrofa que revele
Lo que la muerte piensa;
Resurrección de voces extinguidas,
Extraño acorde que en mi mente suena.
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II
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Vosotros, los que amáis los imposibles,
Los que vivís la vida de la idea;
Los que sabéis de ignotas muchedumbres.
Que los espacios infinitos pueblan,
Y de esos seres que entran en las almas
Y mensajes oscuros les revelan,
Desabrochan las flores en el campo,
Y encienden en el cielo las estrellas;
Los que escucháis quejidos y palabras
En el triste rumor de la hoja seca,
Y algo más que la idea del invierno
Próximo y frío a vuestra mente llega,
Al mirar que los vientos otoñales
Los árboles desnudan, y los dejan
Ateridos, inmóviles, deformes,
Como esqueletos de hermosuras muertas;
Seguidme hasta saber de esas historias
Que el mar y el cielo y el dolor nos cuentan;
Que narran el ombú de nuestras lomas,
El verde canelón de las riberas,
La palma centenaria, el camalote,
E.' ñandubay, los talas y las ceibas:
La historia de la sangre de un desierto,
La triste historia de una raza muerta.
Y vosotros aun más, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Vírgenes de mi patria y de mi raza
Que templáis el, laúd de los poetas;
Seguidme juntos a escuchar las notas
De una elegía que en la patria nuestra
El bosque entona cuando queda solo,
Y todo duerme entre sus ramas quietas;
Crecen laureles, hijos de la noche,
Que esperan liras para asirse a ellas,
Allá en la oscuridad en que aun palpita
El grito del desierto y de la selva.
.
III
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¿Extraña y negra noche? ¿Dónde vamos?
¿Es cielo esto o tierra?
¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo,
Sin relación, ni espacio, ni barreras.
Sumersión del espíritu en lo obscuro,
Reino de las quimeras,
En que no sabe el pensamiento humano
Si desciende, o asciende, o se despeña,
El caos de la mente que pujante
La inspiración ordena;
Los elementos vagos y dispersos
Que amasa el genio y en la forma encierra.
Notas, palabras, llantos, alaridos.
Plegarias, anatemas.
Formas que pasan, puntos luminosos,
Gérmenes de imposibles existencias:
Vidas absurdas en eterna busca
De cuerpos que no se encuentran,
Días y noches en estrecho abrazo,
Que espacio y tiempo en que vivir esperan;
Líneas fosforescentes y fugaces,
Y que en los ojos quedan
Como estrofas de un himno bosquejado,
O gérmenes de auroras o de estrellas;
Colores que se enfunden y repelen
En inquietud eterna,
Ansias de luz, primeras vibraciones
Que no hayan ritmo, no dan lumbre, y cesan;
Tipos que hubieran sido y no fueron
Y que aún el ser esperan,
Informes creaciones, que se mueven
Con una vida extraña e incompleta.
Proyectos, modelados por el tiempo,
De razas intermedias;
Principios sutilísimos que oscilan
Entre la forma errante y la materia;
Voces que llaman, que interrogan siempre
Sin encontrar respuesta;
Palabras de un idioma indefinible
Que no han hablado las humanas lenguas;
Acordes que, al brotar, rompen el arpa,
Y en los aires revientan
Estridentes, sin ritmo, como notas
De mil puntos dispersos que se encuentran,
Y se abrazan en vano sin fundirse,
Y hasta esa misma repulsión ingénita
Forma armonía, pero rara, absurda,
Música indescriptible, pero inmensa;
Rumor de silenciosas muchedumbres,
Tumultos que se alejan...
Todo se agita en ronda atropellada,
En esta obscuridad que nos rodea;
Todo asalta en tropel al pensamiento,
Que en su seno penetra
A hacer inteligente lo confuso,
A enfrentar lo que huye y se rebela;
A consagrar el ritmo y el sonido
La dulce unión eterna,
La del color y el alma con la línea
De la palabra virgen con la idea.
Todo brota en tropel, al levantarse
La poderosa piedra,
Como bandada de aves que chirriando
Brota del fondo de profunda cueva;
Nube con vida que, cobrando forma
Variables y quiméricas,
Se contrae, se alarga y se revuelve
Por sí misma empujada en las tinieblas.
Allí cuajó en mí mente, obedeciendo
A una atracción secreta
Y entre risas y llantos, y alaridos,
Se alzó la sombra de la raza muerta;
De aquella raza que pasó desnuda
Y errante por mi tierra,
Como el eco de un ruego no escuchado
Que, camino del cielo, el viento lleva.
Tipo soñado, sobre el haz surgido
De la infinita niebla;
En sueño de una noche sin aurora,
Flor que una tumba alimentó en sus grietas;
Cuando veo tu imagen impalpable
Encarnar nuestra América,
Y fundirse en la estrofa transparente,
Darle su vida, y palpitar en ella;
Cuando creo formar el desposorio
De tu ignorada esencia
Con esa forma virgen, que los genios
Para su amor o su dolor encuentran;
Cuando creo infundirte, con mi vida,
El ser de la epopeya
Y legarte a mi patria y a mi gloria
Grande como mi amor y mi impotencia;
El más hábil contacto de las formas
Desvanece tu huella,
Como el contacto de la luz, se apaga
El brillo sin color de las luciérnagas.
Pero te vi. Flotabas en lo obscuro,
Como un jirón de niebla;
Afluían a ti, buscando vida,
Como a su centro acuden las moléculas.
Líneas, colores, notas de un acorde
Disperso, que frenéticas
Se buscaban en ti; palpitaciones
Que en ti buscaban corazón y arterias;
Miradas que luchaban en tus ojos
Por imprimir su huella,
Y lágrimas y anhelos esperanzas
Que en tu alma reclamaban existencia:
Todo lo de la raza: lo inaudito,
Lo que el tiempo dispersa,
Y no cabe en la forma limitada,
Y hace estallar la estrofa que lo encierra.
Ha quedado en mi espíritu tu sombra,
Como en los ojos quedan
Los puntos negros de contornos ígneos
Que deja en ellos una lumbre intensa...
Ah! no, no pasarán, como la nube
Que el agua inmóvil en su faz refleja;
Como esos sueños de la media noche
Que en la mañana ya no se recuerdan:
Yo te ofrezco, oh ensueño de mis días!
La vida de mis cantos, que en la tierra
Vivirán más que yo... ¡Palpita y anda,
Forma imposible de la estirpe muerta!
.
Juan Zorrilla de San Martín
.
.
.

Libro primero

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CANTO PRIMERO
.
I
.
El Uruguay y el Plata
Vivían su salvaje primavera;
La sonrisa de Dios de que nacieron
Aun palpita en las aguas y en las selvas;
Aun viste el espinillo
Su amarillo típoy; aun en la hierba
Engendra los vapores temblorosos
Y a la calandria en el ombú despierta;
Aun dibuja misterios
En el mburucuyá de las riberas,
Anuncia el día, y por la tarde enciende
Su último beso en la primera estrella;
Aun alienta en el viento
Que cimbra blandamente las palmeras.
Que remece los juncos de la orilla
Y las hebras del sauce balancea;
Y hasta el río dormido
Baja en el rayo de las lunas llenas,
Para enhebrar diamantes en las olas,
Y resbalar o retorcerse en ellas.
.
II
.
Serpiente azul de escamas luminosas
Que, sin dejar sus ignoradas cuevas,
Se enrosca entre las islas, y se arrastra
Sobre el regazo virgen de la América,
El Uruguay arranca a las montañas
Los troncos de sus ceibas
Que, entre espumas e inmensos camalotes
Al río como mar y al mar entrega.
El himno de sus olas
Resbala melodioso en sus arenas,
Mezclando sus solemnes pensamientos
Con el del blanco acorde de la selva;
Y al grito temeroso
Que lanzan en los aires sus tormentas,
Contesta el grito de una raza humana
Que aparece desnuda en las riberas.
Es la raza charrúa
De la que el nombre apenas
Han guardado las hondas y los bosques
Para entregar sus notas al poema;
Nombre que aun reproduce
La tempestad lejana, que se acerca
Formando los fanales del relámpago
Con las pesadas nubes cenicientas.
Es la raza indomable
Que alentó en una tierra
Patria de los amores y las glorias,
Que al Uruguay y al Plata se recuesta;
La patria, cuyo nombre
Es canción en el arpa del poeta,
Grito en el corazón, luz en la aurora,
Fuego en la mente, y en el cielo estrella.
.
III
.
La encuentra el pensamiento antes que el hombre
Antiguo la sorprenda,
En lucha con la tierra y con el cielo,
Y en su salvaje libertad envuelta.
Para ella, el horizonte cierra el mundo
Con un muro de piedra;
Tras él duermen las tardes y las lunas;
Tras él la aurora duerme y se despierta,
Cruza el salvaje errante
La soledad de la llanura inmensa
Y el amarillo tigre, como él hosco,
Como él fiero y desnudo, la atraviesa.
El tigre brama; el indio
Contesta en el silbido de su flecha.
¿Dónde va? ¿Qué persigue? Tras su paso,
Sobre ese hermoso suelo, ¿qué nos deja?
¿Para él está formada
Esa encantada tierra
Que a los diáfanos cielos de Diciembre
Les devuelve una flor por cada estrella?
¿Para él sus grandes ríos
Cantando se despeñan
Los himnos inmortales de sus ondas?
¿Qué fue esa raza que Pasó sin huella?
¿Fue el último vestigio
De un mundo en decadencia?
¿Crepúsculo sin día? ¿Noche acaso
Que surgió obscura de la luz eterna?
La eterna lumbre sólo engendra auroras.
La noche, las tinieblas
Son ausencia de luz; la eterna noche
Es sólo del Creador la eterna ausencia.
En esa raza, en su excelso origen
Aun el vestigio queda,
Como el toque de luz amarillento
Que un sol que muere en los espacios deja.
Hay lumbre en esos ojos siemprehuraños,
Fuego que encienden sólo las ideas;
Mas la lumbre se extingue, y una raza
Falta de luz, se extinguirá con ella.
Nacida para el bien, el mal la rinde;
Destinada a la paz, vive en la guerra...
¡Hojas perdidas en su tronco enfermo
El remolino las arrastra enfermas¡
.
IV
.
A las tribus lejanas
Convocan las hogueras
Que encendió Caracé sobre las lomas
Como gritos de fuego y de pelea.
Caracé, en cuyo cuerpo
Las heridas se cuentan
Como las manchas en la piel del tigre,
Y por eso le prestan obediencia.
Caracé, en cuyo toldo
Las pieles y sangrientas cabelleras
De los caciques yaros y bohanes
Que tu brazo arrancó, prueban su fuerza;
Que tiene diez mujeres
Que aguzan las espinas de sus flechas,
Y los fuegos encienden de su toldo,
Y el jugo de las plantas le fermentan,
Nadie sabe los fríos
Que ha vivido el cacique; pero cuentan
Que allá en el tiempo de los soles largos,
Al Uruguay llegó, desde la sierra.
Lejana, muy lejana,
Que ve salir el sol, cuando las ceibas
En que hoy anida el águila, sentían
Correr la savia en su primer corteza.
Ya entonces había visto
Cruzar las lunas en las horas lentas;
Pero aun es joven cual si con sus manos
Contar sus fríos Caracé pudiera;
Aun en sus fuertes dedos
Es la maza de piedra
El brazo de la muerte que en las tribus
Derrama el frío que en Ion huesos queda.
.
V
.
¿Por qué el vicio cacique
A las turbas congrega,
Toma la maza y apercibe el arco
Que nadie sino él cimbrar intenta?
Por qué bajo sus párpados
Brilla con luz siniestra
La pupila pequeña y prolongada
En que se encienden sus miradas fieras?
¿Acaso los bohanes
La vencida cabeza
Alzan de nuevo, y su guerrera lanza
Del charrúa clavaron en la selva?
¿Acaso al otro lado
Del río como mar, las humaredas
Se ven del indio querandí, y provocan
Del Uruguay la tribu turbulenta?
No: Caracé no teme
Que los indios se atrevan
A encender junto al Hum un solo fuego
Mientras seis lunas a brillar no vuelvan.
Lo que hace que el cacique
Ciña a su frente estrecha
Las plumas de avestruz, y ajuste el ardo,
Y al par del fuego, su mirada encienda,
Es que tendido estaba
En la playa desierta,
Cuando vio que cruzaba por las islas
Del Paraná-Guazú, piragua inmensa.
Que como garza enorme,
Flotaba entre la niebla
Dando a los aires las extrañas alas,
Y volando con rumbo a la ribera.
El Uruguay en vano
Sale a su encuentro y ladra bajo de ella;
En vano, con sus olas encrespadas,
Sus costados airados abofetea;
La nave altiva:
Lanza un grito del cielo que retiembla,
Llega a la costa y, agarrando al río
Por la erizada crin, en él se sienta.
.
VI
.
A Caracé el cacique
Han rodeado las tribus más guerreras,
Y entre el espeso matorral del río,
Como banda escondida de luciérnagas,
Los ojos de los indios fosforecen,
Al ver sobre la arena
Cómo descienden de la extraña nave
Los hombres blancos de la raza nueva
Y cómo, dando al viento
Y clavando en el suelo su bandera,
Se agrupan en su torno, y con sus voces
La sorprendida soledad atruenan.
¡Extraños seres! Brillan
A los rayos del sol. Nada recelan.
Y las lomas los miran y el barranco;
Y el Uruguay se empina y los observa,
Y los indios ocultos
Mutuamente se muestran,
Con los brazos desnudos extendidos,
El grupo extraño que al jaral se acerca.
.
VII
.
Entre inmenso alarido,
Una lluvia rabiosa de saetas
Parte del matorral, y de salvajes
Un enjambre fantástico tras ellas.
La bola arrojadiza
Silba y choca del blanco en la cabeza,
Cae al sepulcro el español herido
Amortajado en su armadura negra,
Y los guerreros blancos
Huyen despavoridos por las breñas,
Dejando sangre en la salvaje playa
Y una mujer en la sangrienta arena.
Parece flor de sangre,
Sonrisa de un dolor; es la primera
Gota de llanto que, entre sangre tanta,
Derramó España en nuestra tierra.
Pálida como un lirio,
Sola con vida entre los muertos queda.
Caracé, que a su lado se detiene,
Con avidez salvaje la contempla,
Mientras los rudos golpes
De las hachas de piedra
Del postrado español en la armadura
Y en los cráneos inmóviles resuenan.
.
VIII
.
"De los guerreros muertos
Vuestra será la hermosa cabellera:
Su blanca piel ajuste vuestros arcos,
Y sus dientes adornen vuestras tiendas;
Y sus extrañas armas,
Ove brillan como el astro, serán vuestras;
Y los tipoys que sus espaldas cubren
Como las rojas flores a la ceiba.
Caracé sólo quiere
En tu toldo a la blanca prisionera,
Que de su techo encenderá los fuegos,
Los fuegos de] amor y de la guerra".
Tal hablaba el cacique
En sus brazos llevando a Magdalena
Al bosque solitario de los talas
En que el indio formó su madriguera.
.
IX
.
Hermanos del dolor, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Que me seguís en la jornada obscura
A través del misterio de la selva:
Ensayad en el alma
El acorde otoñal: la noche llega.
El acorde que suena cuando el ave
Vuelve en silencio al nido que la espera;
Y hasta el lirio más pálido del campo
Para dormir en paz su bronce cierra,
Y su perfume virgen
Con el amor de otros perfumes sueña.
Vosotros, los que al paso de la tarde
Inclináis tristemente la cabeza,
Y amáis el cielo cuando en él agita
Su ala tremante la primera estrella;
Calzaos las sandalias
Con que hasta el alma del dolor se llega.
Sí el alma vuestra, oh, bardos!,
Bañada en el Jordán de la tristeza,
Es pura como la última palabra
Que acaso os dijo vuestra madre muerta,
Llegaos en silencio
Al tálamo sangriento de la selva...
Es ya de noche; los rumores lloran...
¡No despertéis a la española enferma
.
Juan Zorrilla de San Martín
.
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Libro segundo

.
CANTO PRIMERO
.
I
.
¿Quién ata las pasadas sensaciones
En haces de quimeras
Que, al roce de un recuerdo no buscado
Juntas en el cerebro se despiertan,
Y nadando en un medio indefinible
Con nuestras almas piensan?
Las notas ignoradas que en la noche
Hasta nosotros llegan
¿Por quién son recogidas, ajustadas
A un ritmo misterioso, a una cadencia,
Para formar ese himno prolongado
Con que las sombras ruega:
Esa flotante ebullición sonora
Que en el aire semeja
De mil voces distintas y lejanas
Los ayes, las palabras o las quejas
Que a extinguirse temblando a nuestro lado
Como heridas se acercan?
¿Quién llora con la luna en los sepulcros,
Y ríe en las estrellas.
Y respira en las auras otoñales,
Y anima la hoja seca,
Y es Perfume en la flor. iota en la lluvia
Y en la Pupila idea?
Acaso en los espacios infinitos
Que el hombre no penetra,
La vida y la armonía se difunden
En cuyas formas entran,
Corno elemento indispensable y justo,
Los ignorados llantos de la tierra.
Los ayes de las razas extinguidas,
Su soledad eterna,
Los destinos obscuros, lo, suspiros,
Las lágrimas secretas.
Los latidos que el mundo no comprende
Y en la eterna armonía se condensan.
vosotros, los que améis losimposibles,
Los que vivís la vida de la idea,
Los que sabéis de ignotas muchedumbres
Que los espacios infinitos pueblan;
Los que escucháis quejidos y palabras
Donde el silencio reina
Y algo más que la idea del invierno
Os sugiere el rodar de la hoja seca.
Escuchad el acorde arrebatado
Al rumor misterioso de la selva,
La voz de aquella noche sin aurora
Que difunde, su sombra en mi leyenda.
.
II
.
La corriente del tiempo,
En brazos del pasado,
Como el cadáver de otros tantos hijos,
Ha dejado los años tras los años.
Al tramontar las lomas Del Uruguay, el astro
Deja envuelto en la sombra de las islas
A un villorrio español, que fue fundado
En la desierta margen donde el río
San Salvador, hermoso tributario
Del Uruguay, derrama en éste
Su caudal, entre sauces y guayabos.
El pueblo aquel, sentado en el desierto
Como un aventurero temerario,
¿Es algo más que una visión de gloria?
¿Brotó del suelo o descendió de lo alto?
Sus cimientos han sido varias veces
Con sangre de dos razas amasados;
Sus techos convertidos en hogueras,
Varias veces al campo iluminaron;
Y ya, más de una vez en la colina
Quedaron sus escombros solitarios,
Como los negros miembros de un gigante
Por la zarpa del tigre hecho pedazos.
Desde el fondo del bosque, los charrúas
Observan los bastiones castellanos,
Las rudas estancadas
De troncos de algarrobos y quebrachos
Antemura sin fosos ni poternas,
Remedo de baluarte que, hacia el campo
Defiende el caserío
Cuyos techos se asoman al barranco.
Techos pajizos de bambú, con hebras
de la raíz del ñapindá amarrados;
Muros de tierra negros
Entre despojos de bateles náufragos,
Que rodean la casa construida
Por Juan de Ortiz, el viejo adelantado,
Con sillares de piedra
Que el tiempo y los incendios respetaron;
Tal es la población conquistadora
En que aun tremola el pabellón hispano,
Sereno corno siempre
El desierto sin nombre desafiando,
En una tierra, madriguera hermosa
Del indio más bizarro
De los que aullaron y aguzaron flechas
En el salvaje mundo americano:
Como el cachorro oculto bajo el cuerpo
Del tigre provocado,
Así se esconde la uruguaya tierra
De su indómito rey bajo los arcos.
El indio ruge, al escuchar la planta
Del extranjero blanco,
Con rugidos de rabia y de deseo,
Siempre en acecho, cauteloso, huraño.
Brilla el ojo del indio en la espesura;
Suena por todos lados
Su alarido feroz; brotan rabiosos
De entre las flores sus agudos dardos.
¿Dónde se esconden? Donde esconde el viento
Sus gritos ignorados.
Donde esconde la muerte las lumbreras
Que enciende sobre el haz de los pantanos.
Allí donde tan sólo se ve un grupo
De chircas o de cardos,
Hay rostros, escondidos en la sombra,
Siempre despiertos, sangre olfateando.
Allá en el matorral algo se mueve...
¿Quién trepa en el barranco?
¿Sentís un grito en la lejana orilla?
Es la muerte... si vais, veréis su rastro.
¿Qué hay más allá? Lo ignoto, lo imprevisto,
Quizá lo sobrehumano;
Algo más que la muerte, más oscuro...
¿Quién se llega hasta él? ¿Quién va a retarlo?
España va, la cruz de su bandera,
Su incomparable hidalgo;
La noble raza madre en cuyo pecho
Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos,
El pueblo altivo que, en la edad sin nombre,
Era el cerebro acaso
Del continente muerto,
Ya sumergido en el abismo Atlántico.
Que, no teniendo en sí, para el cadáver
De aquel coloso espacio.
Dejó asomar, sobre la vasta tumba
Miembro insepulto, el mundo americano,
Sólo España ¿quién más? sólo ella pudo,
Con pasmo temerario.
Luchar con lo fatal desconocido;
Despertar el abismo y provocarlo;
Llegarse a herir el lomo del desierto
Dormido en el regazo
De la infinita soledad su madre,
Y en él cavar el pabellón cristiano,
Y resistir la convulsión suprema
Del monstruo aquél al revolverse airado,
Sin que el pavor le acongojara el alma,
Ni el resistir le desarmara el brazo.
.
III
.
En las torcidas calles del villorio
La guarnición se ve diseminada:
Quién aguza en la piedra
El hierro de su lanza,
Quién enluce un mohoso
Capacete, o remalla
Alguna vieja cota, o busca en vano
Sobre la gola encaje a la celada;
Quién las piezas ajusta
De sus gastadas armas,
Espaldares o antiguas escarcelas
De coseletes varios arrancadas;
Mientras allá, a la sombra
Tendido en una acacia,
Algún soldado arrulla sus recuerdos
Con un cantar querido de la patria.
El brazo desfallece,
Sin que por ello desfallezca el alma
De los rudos guerreros españoles
Que para dar la postrimer lanzada,
Persiguen y no encuentran
El corazón de la invencible raza
Que prolonga el honor de su agonía
Más allá de su vista legendaria
En el cobrizo Pecho de algún indio
Postrado en la batalla,
Las escamas grabadas y arabescos
Se hallaron de las cotas Y corazas.
De los blancos guerreros que el charrúa,
Con fuerza extraordinaria,
Estrujaba en el nudo de sus brazos
Que la Muerte tan sólo desataba;
Y en los dientes de muchos,
O en sus manos crispadas
Trozos sangrientos de enemiga carne
Con vestigios de vida palpitaban
Pero jamás un ruego,
Nunca una Sola lágrima
Plegó los labios ni anublo los ojos
Del sueño de las selvas uruguayas.
.
IV
.
Sapicán, el cacique mas anciano,
Ya cayó en la batalla
Después que Por Garay en la llanura
Vio deshechas sus tribus más bizarras.
Sopló la Muerte y apagó en sus ojos,
Sedientos de venganza
El último fulgor. Pero aun la muerta
Bel indio en las pupilas amenaza,
Cuando las tribus, con clamor inmenso,
Del combate separan
Su cadáver, envuelto en los vapores
De la caliente sangre que derrama.
Murió; pero en la noche, cuando el astro
No alumbra las barrancas
Y se duermen las víboras, y agita
Sólo el ñacurutú sus lentas alas;
Cuando las sombras salen de los árboles
Y con los vientos andan.
Y la nutria nadando cruza el río,
Y canta el grillo oculto entre las matas,
El cacique aparece.
Ya lo han visto las tribus espantadas
Buscar en vano su arco entre los juncos
0 su maza de pórfido en las aguas.
Cuando como jauría
De lebreles con alas,
Vientos de tempestad cruzan rabiosos
Aullando de la selva entre las ramas;
Cuando las nubes negras
Se ven amontonadas
Un momento no más sobre el relámpago
Que por el fondo de los cielos pasa,
Y las gotas de lluvia
En las hojas restallan,
Y golpean el lomo de los tigres
Que encandilados y encogidos braman.
La sombra silenciosa
Cruza en los aires pálida,
En medio la tormenta que acaudilla
Con su antigua actitud siempre gallarda.
Esa es su frente estrecha,
Su cabellera lacia,
Y su saliente pómulo, y sus ojos
Pequeños, de pupila prolongada.
Al acecho dispuesta
Y a devorar distancias;
A encenderse, a apagarse entre la sombra,
Y a comprimir relámpagos de rabia.
El viento que en su torno
Los centenarios ñandubáis descuaja,
No mueve ni un cabello del cacique
Que a través de los árboles resbala,
y si acaso dispersa
Los miembros de la sombra alguna ráfaga
De los vientos del Sur vuelven al punto
A reunirse y cobrar la forma humana,
El rayo no lo ofende
Aunque a liarse a su cabeza vaya,
O silbando en su cuerpo se retuerza
Y lo ilumine con su lumbre cárdena.
El indio sigue mudo,
Buscando siempre su guerrera maza,
Y a su paso los tigres se espeluznan
Y las tribus se esconden espantadas.
Las plumas erizando,
Dando graznidos, el fulgor apagan
De sus redondos ojos las lechuzas
Que huyen a guarecerse en las barrancas.
Hasta que, al oír el indio
La primera canción que anuncia el alba,
En el aire sutil pierde sus formas,
Se diluye en la luz, se va o se apaga.
.
V
.
También Abayubá cayó en la lucha!
Abayubá a quien llaman
En vano con sus grandes alaridos
Las tribus que el cacique acaudillaba.
Era el joven amado
Del viejo Sapicán; con sus palabras
Encendía el valor de los charrúas
Y con su paso y su actitud gallarda.
Aun contaba sus fríos
Por sus manos que, hiriendo con la maza,
Eran rudas y fuertes como el viento
Que sopla al Uruguay desde las pampas.
¡Cómo cayó! Al sentirse
Pasado por el hierro de una lanza,
Trepó por ésta hasta morir, cortando
Con el diente afilado por la rabia.
La rienda del caballo en cuya grupa
El español acaba
Con el puñal, la destructora brega
Que la ocupada lanza comenzara.
.
VI
.
¿Y Añagualpo, el gigante? ¿Y Yandicona?
También sus sombras vagan
En la noche sin lunas, y se envuelven
En el triste vapor de las montañas.
¿Qué fue de Tabobá? También ha muerto
Buscaba en el combate la venganza
De Abayubá, cuando del sueño frío
Sintió en los huesos la corriente helada.
El fiero Magaluna.
Ligero como el tigre, se abalanza
Al cuello del corcel del enemigo
Al que sus dientes y sus uñas clava:
Se agita, grita, ruge.
Mientras el jinete el pecho le traspasa:
Sólo la muerte lo desprende, y yerto
El cuerpo sólo se desploma y calla.
No volverá a tenderse
El arco de algarrobo que ajustaba
La mano de Yaci, del joven indio
Que daba muerte al yacaré en las aguas:
No encenderá sus fuegos
En el bosque del Hum ni en sus barrancas
El valiente Terú; las sombras negras
Gimen cuando se posan en sus armas.
Maracopá y Abaroré no existen¡
¡Gualconda ya es esclava!
Ya no reirá la dulce Liropeya,
La virgen más hermosa de la playa.
Hija del tiempo de los soles largos,
Que brillan en las ramas
Cuando el botón del ceibo se revienta
Como urna de sangre. Por llevaría
A sus toldos de pieles, muchos indios
Se hendieron con sus hachas;,
Venció Yandubayú,
Pero la virgen En vano llora y al cacique aguarda.
Murió Yandubayú, ¡también ha muerto?
Jamás en su piragua
Vendrá a buscar a Liropeya, nunca
Se oirá su voz en medio la batalla.
Los hijos valerosos
De muchas indias, cuando no contaban
Haber visto diez veces hojas nuevas.
Abrir en el penacho de las palmas,
Han caído en la lucha
Dando débiles gritos de venganza;
Sus brazos no eran fuertes y sus flechas
Eran temidas sólo de las gamas.
Los viejos que habían visto
Nacer la primer luna, y en los talas
En que hoy las uñas el leopardo afila
Habían visto correr la primer savia,
También hicieron arcos,
Y aguzaron las puntas de las lanzas,
Y fueron al combate lentamente
Apoyados en ellas o arrastrándolas.
Y todos han caído
Unos tras otros en la diestra pampa;
Y nadie abrió sus párpados; la noche
Bajo de ellos quedó, la noche larga,
Triste, sin lunas, la del viento negro,
En la que nunca aclara.
Ya no se mueven los caciques indios,
No encienden fuegos; para siempre callan.
.
VII
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Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas!
¡Estirpe lentamente sumergida
En la infinita soledad arcana!
¡Lumbre espirante que apagó la aurora,
Sombra desnuda muerta entre las zarzas
Ni las manchas siquiera
De vuestra sangre nuestra tierra guarda,
Y aun viven los jaguares amarillos!
¡Y aun sus cachorros maman!
¡Y aun brotan las espinas que mordieron
La piel cobriza de la extinta raza!
Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas;
Indómitos luchasteis... ¿Qué habéis sido?
¿Héroes o tigres? ¿Pensamiento o rabia?
Como el pájaro canta en una ruina,
El trovador levanta
La trémula elegía indescifrable
Que a través de los árboles resbala,
Cuando os siente pasar en las tinieblas
Y tocar con las alas
Su cabeza, que entrega a los embates
Del viento secular de las montañas.
Sombras desnudas que pasáis de noche
En pálidas bandadas
Goteando sangre que, al tocar el suelo,
Como salvaje imprecación estalla:
Yo os saludo al pasar. ¿Fuisteis acaso
Mártires de una patria,
Monstruoso engendro a quien feroz la gloria
Para besarlo, el corazón arranca?
Sois del abismo en que la mente se hunde
Confusa resonancia;
Un grito articulado en el vacío
Que muere sin nacer, que a nadie llama;
Pero algo sois. El trovador cristiano
Arroja, húmedo en lágrimas
Un ramo de laurel a vuestro abismo...
Por si mártires fuisteis de una patria!
.
Juan Zorrilla de San Martín
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Libro tercero

.
CANTO PRIMERO
.
I
.
Genios de las riberas,
Invisibles espíritus del bosque,
Que convertís en moscas o en reptiles
A los indios que vagan por la noche;
Seres que, en las tinieblas,
Gastáis el tiempo el, ajustar los broches
De la dormida flor, mientras su ovario
Abre su amor al encendido polen;
Que elaboráis en ella
El dulce néctar que la abeja sorbe
Y los frescos aromas, que sedientos,
Los labios de los céfiros recogen;
O en la mortal cicuta
Vivís acurrucados, de los hombres
Acechando el secreto de la vida
Y destiláis la hiel de los dolores.
Y agriáis la crespa hierba
Que ni el carpincho ni la nutria comen,
Y envenenáis al avestruz dormido
Los huevos bajo el ala sin que os note.
.
II
.
Vírgenes transparentes
Que os colgáis en las ramas de los molles,
Y os columpiáis, con vuestros pies trazando
Rayas de luz sobre la linfa inmóvil ,
Y en esas lacias hebras
Con que acaricia el sauce al camalote
Subís y descendéis llevando al río
Rayos de luna en haces brilladores;
O hundidas en un lecho de espadañas
Os reclináis en los desiertos bordes,
A escuchar el secreto de las olas
Que transformáis en trémulas canciones;
Pobladores del aire
Leves y multiformes,
Hijos de los crepúsculos azules
Que con las alas embozáis los montes;
Que taladráis el diente
De la víbora en donde
Derramáis los licores ponzoñosos
-Que al infiltrarse, el corazón corroen;
Que en los ojos del tigre
Encendéis vuestra antorcha y las visiones
Preparáis a su luz disparatadas
Y las vaciáis en sus extraños moldes;
Que en la blanca osamenta,
Hacéis brotar los fuegos fatuos dobles,
Esos que, sobre el haz de los pantanos,
Ebrios, inquietos e impalpables corren.
Suben, bajan, se arrastran, se persiguen,
Se agitan y se rompen,
Y se apagan los unos a los otros
Sin que el aire los mueva ni los sople;
Almas de los murmullos,
Espíritus errantes de las flores
Que, al murmurar, hacéis más perceptible
El solemne silencio de los orbes;
Invisibles remeros
Que empujáis blandamente al camalote
En que navega incorporado el tigre
Que dormido en la orilla descuidóse;
Engendros de los ríos
Que recortáis la escama y los arpones
Del dorado debajo de las islas
Que en vuestros hombros sostenéis a flote,
Meciéndolas en ellos
Sin que el río en que nadan se desborde,
Ni el movimiento imperceptible y blando
Las húmedas barrancas desmorone;
Seres que, como llamas apagadas,
Sois de un pasado informe
La vida actual y eterna, cuyo velo
La fuerza del espíritu descorre;
Testigos que no mueren.
Que acompañasteis a las tribus nómades,
Las visteis desprenderse de su tronco
Y viajar, sumergiéndose en la noche:
Brotad de entre los tiempos y escuchadme.
Yo os nombraré por vuestros propios nombres;
En la forma, en la voz y el movimiento
Mi espíritu sutil os reconoce.
Cabalgando en las horas que pasaron,
Que el tiempo enfrena y en su noche esconde
Desatad vuestras alas puntiagudas
En legiones aéreas y deformes.
¡Horadadme esa tierra!
¡Sacudidme ese monte!
Como caen los cabellos de un anciano
Como el cardo desgrana sus plumones,
De la muerta cabeza
En que pensó una raza, acaso logre
Ver desprenderse el pensamiento oculto
Sobre mi frente cuando yo os invoque.
Dad un vuelco a ese río!
Salid, desde su légamo a sus bordes,
Con secretos del agua y de la arena,
De los huesos de piedra que se esconden
En el profundo limo
En que tienen las algas sus amores,
Se arrastra el yacaré, duerme la raya,
Y la tortuga sus nidadas pone.
Infundid en ese indio
Que ahora penetra en el callado bosque
Los latidos postreros de una raza
Que a vuestro acento viven y responden;
Latidos de esperanzas imposibles,
Rudo y último acorde
De las arpas malditas que sonaron
-Pulsadas por la muerte y los dolores.
.
III
.
Es Tabaré. Penetra nuevamente
A su nativo bosque,
Cuyos añosos árboles lo miran
Y a su paso sus troncos interponen.
Y le tienden los brazos descarnados
Con raras contorsiones,
Como fantasmas que en inmóvil danza
Cruzan y se retuercen por el monte.
Y en torno de él se agrupan a mirarlo,
Y así que lo conocen,
Después de herirlo con los brazos negros,
Se dispersan en todas direcciones.
Y los duros lagartos al sentirlo
Hacia sus cuevas corren,
Y asoman las cabezas puntiagudas,
Y el largo cuerpo sin calor encogen.
Y las ranas se callan un instante
Mientras pasa, y sus voces,
Como largos quejidos, a su espalda,
Cuando ha pasado, nuevamente se oyen.
Y los nocturnos pájaros lo siguen
En negras procesiones:
El chajá dando saltos por el suelo,
Chirriando esos murciélagos enormes.
Que, como manchas de la misma sombra,
La obscuridad recorren,
Persiguiendo los átomos, o huyendo
Atolondrados de invisible azote.
Detrás de cada tronco, acurrucada,
Parece que se esconde
Alguna cosa que, al pasar el indio,
Sigue tras él con movimiento torpe.
El siente a sus espaldas ese mundo
Que su alma sobrecoge;
Mas no se vuelve, y apresura el paso
Y sigue, y sigue sin saber adónde.
¿Cuánto anduvo? El indio no lo sabe.
Era la media noche
Quizá, cuando, rendido por la fiebre,
Detúvose entre rudas convulsiones,
Pues la luna, en lo alto de los ciclos,
Los transparentes bordes
De las nubes plomizas encendía
Franjeándolas de tenues resplandores.
De las que ante su disco se atraviesan,
Parecen los Jirones
Las siluetas de negros cocodrilos
Que la infinita soledad recorren;
Palidecen lejanas las estrellas
Que, desde lo alto, vuelan hacia el Norte,
La cruz del Sur se inclina esplendorosa
Con los brazos tocando el horizonte.
Tabaré escucha: En el profundo hueco
De sus ojos inmóviles
Introduce sus dedos el delirio
Que atruena su cabeza con sus voces;
Y otra fugaces, ora persistentes,
Comenzaron entonces
A hablar y cobrar vida los espacios,
La tierra, el aire, el corazón del bosque.
.
IV
.
Y a los pies del charrúa
La tierra daba gritos.
Retorcían los árboles sus troncos
Como animados de un airado espíritu:
-¡El genio de la tierra
Ha de morder tus pies, con los colmillos
De sus víboras negras, que se arrastran
Silbando como el viento! ¡No eres indio!
-¡Pasa! ¿Por qué me huellas?
La sangre brota de tus pies heridos.
¿Por queme manchas? De tu sangre nacen
Malas serpientes, negros cocodrilos.
-¡No te detengas; huye!
Aquí en mi ceno no hallarás abrigo;
Ya para ti la patria es un recuerdo,
¿No te sientes llamar? Es el abismo.
Tabaré oyó la voz, cual si brotara
De las grietas del suelo removido:
Lejanas muchedumbres
A sus pies agitaban el vacío;
Crujían las raíces de los árboles,
Cual si un extraño fluido
Las retorciera al circular en ellas,
Dándoles movimientos convulsivos.
Y del añoso ceibo
Cayó, volteando en animados giros,
Una hoja seca que miró al charrúa
Que a su vez la miraba, y ella dijo:
Yo rodaré a tus pies ensangrentados,
Realidad de mi símbolo;
El viento me ha arrancado de mi rama,
A ti te empuja el viento del destino.
Yo vivo con la vida de tu estirpe
Con tu fiebre palpito;
Y mi polvo y el polvo de tus huesos
Van a formar el légamo del río.
Vamos, charrúa; sígueme, salvaje:
Nos llama el torbellino.
Tus lunas han pasado; el sueño negro
Anda en tus venas derramando frío.
Te vuelca el suelo. ¿No lo sientes? Vente;
Vente, sigue conmigo;
¿No sientes el aliento de otra raza
Que te sopla del suelo en que has nacido?
Es la raza de vírgenes tan pálidas
Como la flor del lirio,
Hermosas cual la luna, cuando se hunde
Entre las aguas trémulas del río;
Y tienen luz de aurora en la mirada,
Y sus ojos tranquilos
Miran con odio al indio de los bosques,
Y le llaman maldito.
Vamos, charrúa; sígueme, salvaje:
Mira aquel remolino.
Vientos de tempestad vienen de lejos
Aullando como perros fugitivos.
Las sombras que recorren la maleza
Lanzan agudos gritos
Esas llamas sin luz marcan la ruta
Por donde corren los que fueron vivos.
Los impasibles ojos del charrúa
Siguen los vanos giros
De la hoja en cuyas venas circulaba
La vida de un espíritu cautivo.
Que en pie la sostenía,
la empujaba contra el viento mismo,
la llevó saltando y retorciéndose,
Siempre mirando y señalando al indio.
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V
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Oye entonces el aire de la noche
Que a su lado respira
Jadeante y con penosa intermitencia
Como el hálito de alguien que agoniza:
Te ahogas?, le gritaba. Es que en tu bosque
La muerte sólo habita
Está poblado el aire por las sombras.
Por las sombras charrúas que te miran.
Vengo empapado en llanto de las tribus
Que mueren fugitivas
Vengo cargado de vapor de sangre
Que forma sobre el campo una neblina.
¿Sientes los ayes? Es la muerte; corre
Tras de las madres indias.
Que huyen sin hijos. Ellos no se mueven:
Tendidos allá están en las colinas.
Son tus hermanos, muertos en su tierra
Por la raza maldita.
Ves esa virgen que en sus sueños anda?
Está empapada de tu sangre. ¡Mírala!
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VI
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El Indio está de pie. Todos sus miembros
Ateridos tiritan
Le falta el suelo, y vuelve a recobrarlo
En actitud violenta y convulsiva.
La fiebre en su cabeza espeluznada
Hunde la mano rígida,
Y en sus ojos atónitos llamean
Con fosfórica lumbre las pupilas.
Todo es extraño para él: el viento,
Los árboles que imitan
Seres desnudos, negros, que en su torno,
Se han detenido, y cuyos ojos brillan
Entre cabellos que hasta el suelo bajan,
Y lentamente oscilan;
Brillan marcando el sitio en que se encuentran
Cabezas que, sin verse, se adivinan.
Los rumores que pasan, van dejando,
Por la extensión vacía,
Como esos remolinos que las barcas
Hacen surgir del fondo de las linfas,
Resonancias que brotan de la sombra,
Tumultos que se agitan,
Silencios prolongados que de nuevo
Estallan en confusas vocerías,
O dando paso a una voz triste y aislada,
Voz que parece amiga,
Y dice algo al oído de una lengua
Inteligible, pero nunca oída.
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VII
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Por fin. cual si las vagas sensaciones
Que el indio aun percibía
Sufrieran en la nada tenebrosa
Una inmersión violenta y repentina,
Tabaré se desploma. Un ruido extraño
Produce su caída.
Se queja el suelo? ¿Quién impone al bosque
Esa actitud de asombro o de atonía?
Las notas que pasaban,
Los rumores que huían,
Las ramas que, inclinadas por el viento,
A levantarse nuevamente iban,
Suspensos han quedado. Es que el charrúa
Está en la selva antigua
Del indio Caracé; es que ha caído
Sobre el sepulcro de su madre extinta,
La cruz abre los brazos a su lado,
La cruz de la cautiva!
Parece que, inclinando la cabeza,
La cruz al indio en su regazo abriga.
Qué habló con el salvaje, aquella noche,
El alma errante que en la cruz palpita,
Es el secreto de la sombra eterna...
Empieza a amanecer, casi es de día.
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Juan Zorrilla de San Martín
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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.