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Animalitos más primitivos tenían la boca situada atrás y era, la boca, el único orificio de su cuerpo. Ingerían el alimento por esa boca posterior, aprovechaban del alimentó lo que conviniera y, por la misma boca, expelían lo indigerible. Quiere decir que la alimentación, en los seres más primitivos, se realizaba mediante un movimiento de vaivén. Pero ese movimiento de vaivén —entrar algo a un cuerpo por un orificio, dar la vuelta dentro del cuerpo y salir por el mismo orificio que para entrar al cuerpo le sirviera— era, mecánicamente, muy desventajoso.
De ahí que la Naturaleza, haciendo dar vuelta al animalito lo dejó con la boca para adelante: fue el primer progreso formal en la evolución de la vida primitiva hacia el hombre. Luego, aquel animalito que había sido redondo como un globo, tomó una forma alargada y se recibió de gusano. Y como con la boca adelante ya no atrapaba alimentos al azar, sino que iba a buscarlos, se desarrollaron en torno a la boca unos rudimentos de ojos. Fue el gusano, pues, el inventor de la cara.
Además, no se alimentaba, ya, merced a aquel movimiento de vaivén, sino que se le fue organizando todo un sistema digestivo. El alimento entraba por la boca y, siguiendo de largo, sin tener que volver, como antes, a la boca única, el animalito podía extraerle a través de un mayor recorrido, lo que aquel alimento tenía de útil para su vida.
De manera que el verdadero inventor del "trabajo en cadena" no fue Henry Ford, sino el gusano.
Todo lo copió el hombre de la Naturaleza.
Los griegos les llamaban a los inventos "órganos artificiales", en contraposición a los órganos naturales que el hombre poseía.
El único invento verdadero, la única superación decisiva de la Naturaleza por la técnica, fue la rueda.
La rueda no existía en la Naturaleza.
Con ella superó, el hombre, el movimiento de vaivén, cansador y desaprovechado, de la marcha a pie.
Y empezó a rodar...
Las primeras ruedas dieron origen a los carros. Después hubo ruedas de todo: rueda de velorio, rueda de mate, rueda de poker, rueda de automóvil.
Y el hombre que ya no tuvo que trotar por haberse ganado con su ingenio el privilegio de ir rodando, quiso llegar más pronto.
Y así fue como inventó la urgencia.
Porque una cosa sólo empieza a ser urgente cuando ya se dispone de medios para hacerla ligero.
La velocidad fue superándose, cada día. Encogió la distancia. Achicó el espacio. Hizo que pudiera decirse "el mundo es un pañuelo, desde antes que el mundo empezara a sonar... Porque los 25 kilómetros por hora que marcó Henry Ford con su primer modelo era, en aquella época, una marcha tan vertiginosa como lo es, ahora, la que llevan en las pistas los reyes del volante.
Pero ¿cuál será la velocidad vertiginosa de mañana?
Todavía se lucha contra la fricción: la fricción del eje contra el cojinete, la fricción de las ruedas contra el suelo, a fricción del automóvil entero contra el aire.
Por medio de sistemas perfeccionados de rulemanes -vencida, casi, la fricción— se ha conseguido que una pulidora eléctrica girara a razón de 120.000 revoluciones por minuto.
Dicen los estudiosos que si las ruedas de un automóvil dieran vuelta a esa velocidad, el automóvil andaría a razón de 16.000 kilómetros por hora. Claro que el peso aumenta la fricción. Sería necesario hacer a la máquina cada vez más liviana... Y la fricción de las ruedas contra el suelo y la fricción de la carrocería contra el aire también disminuyen la velocidad.
El día en que puedan hacerse Alfettas de nylon y suprimir el suelo y suprimir el aire, el corredor dará vuelta a la pista tan ligero que, de repente, se verá venir de frente del otro lado y tendrá que esquivarse a sí mismo.
Pero ya nos hicimos tan baqueanos en tener que esquivar a los demás que, en una de esas, esquivarse uno resulta una pavada.
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Wimpi
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