viernes, 11 de marzo de 2011

Cartas confidenciales

Querida Prilidiana:
Desde los días de la escuela que no nos vemos seguiste siendo mi amiga por carta y por teléfono. Ahora me gustaría verte porque te quiero, bien lo sabés, por eso te elegí madrina de mi hijo. Tengo que hablarte de Toni porque apenas te dije algo de lo que quería decirte la tarde del bautismo en que había tanta gente.
Yo adoraba a Tomi, sería porque estaba de compras y que mi hijo saldría parecido a él. Cuando Tomi cumplió siete meses, era en cierto modo la persona más importante de la casa. Pobrecito, huérfano, me toco a mí cuidarlo. Con él aprendí a poner los pañales de modo que no se mojara el resto de la ropita; con él aprendí a bañarlo, a limpiarle las orejitas y el ombligo; con él aprendí a preparar las mamaderas.
Hay cosas que nadie cree, pero que todo el mundo comenta como si creyera que son ciertas, y esas cosas se relacionan con Toni, pero para explicarlas tengo que hablar del pasado.
Apareció en casa, según me contaron, sesenta años antes de mi nacimiento (todavía vivían mis tatarabuelos), en un cuarto de la bohardilla, tal vez el más bonito del edificio, un hombre viejo, reviejo. De haberlo descubierto, yo me hubiera muerto. ¿Quién lo vio por primera vez?. Nadie lo sabe. Nadie en la casa se disputó el honor o el horror de haberlo encontrado, porque inmediatamente estuvieron acostumbrados a verlo, y nunca se les ocurrió que alguna vez no
había estado ahí formando parte de la familia, compartiendo sus penas y sus alegrías, sus bailes y velorios. Al parecer, era viejísimo, con arrugas que le cuadriculaban la cara, con pelos que parecían el interior de un colchón deteriorado.

Tengo fotografías de él: un hombre de expresión adusta, casi cruel, pero correcto en el vestir y limpio. No necesito que me digan que tenía buenos modales: me basta ver las posturas que adoptó para que lo fotografiaran. Hablo como hablaría mi abuela: era un caballero, desde todo punto de vista; de otro modo, lo hubieran echado, pues ¿quién le permite a alguien que se ha
introducido misteriosamente en una casa de familia, su permanencia indefinida?
No se le permitiría ni a un perro ni a un niño y menos a un hombre. De modo que la situación tenía que ser extremadamente halagüeña, y el viejo notablemente distinguido y bueno o pudiente. Nunca te dije estas cosas, porque me daban vergüenza. Tu abuelo se vanagloria de su árbol genealógico y que un tipo desconocido fuera como un pariente nuestro, le hubiera repugnado. Mamá, que no es cariñosa, adoraba al viejo Toni, que ya no era tan viejo y, por cada
caramelo que éste le regalaba, le daba un besito, rodeándole el cuello con los brazos cosa que a mi abuela le disgustaba, porque los caramelos estaban sueltos en el bolsillo del viejo, que ya no era tan viejo, o adentro de un pañuelo.
De tanto verlo a don Toni, nadie en la casa advirtió, después de unos años, su rejuvenecimiento. Un día, al cabo de no sé cuánto tiempo, volvió a visitarlo un amigo de su edad. Un rato de charla bastó para asombrar al amigo, que corriendo fue al cuarto de mi bisabuela y le preguntó ansiosamente, según me contaron:
—Señora Joaquina, ¿Toni es Toni o se transformó en otro?
Mi bisabuela, asombrada, le dijo:
—Se trata siempre del mismo don Toni. ¿En qué está la diferencia? Todos los santos días yo lo veo y no cambia ni por pasteles.
—Señora, la diferencia está en la edad. Se ha rejuvenecido tanto, que sólo le quedan las arrugas perpendiculares. Supongo que no se hizo hacer la cirugía estética.
—Cuando se vive con alguien durante tanto tiempo, esas nimiedades no se advierten.
Pero mi bisabuela, que siempre desconfió de don Toni, volvió a desconfiar:

—¡Qué amigo raro tiene este viejo! —le dijo a mi tía abuela—. ¿Quién se fija, a esa edad, en las arrugas? Realmente, a veces me da miedo alojar a un intruso en la casa.
Y mi tía abuela, la mayor, que lo quería al viejo (que ya no era tan viejo) con locura, contestó:
—¿Acaso no dicen en la Biblia no sabemos ni de dónde venimos ni adónde vamos?. Todos estamos en la mismísima situación. ¿Por qué llamarlo intruso a don Toni? Nosotros somos también intrusos, y si lo somos ¿por qué acusar a los otros, con desdén, de algo tan habitual?
Mi bisabuela y mi tía abuela mayor no se hablaron durante cuatro meses, y esto es la purísima verdad.
—Ese viejo trae discordias en la familia —exclamó mi bisabuela cuando se encontró a solas con la sirvienta, que era chismosa y que se lo contó al viejo, lo que provocó reyertas y reconciliaciones, que reafirmaron el vínculo que unía a nuestra familia con don Toni.

Fue en aquellas épocas cuando don Toni se dedicó al estudio de la arquitectura. No faltó quien se riera de él por haber empezado tan tarde el estudio de una ciencia tan difícil.
—Nunca es tarde cuando la dicha es buena —solía decir.
Se compró una mesa de dibujo. Estudiaba y dibujaba hasta altas horas de la noche. Cuando había algún corte de luz, encendía una vela y seguía estudiando como si nada fuera. Dibujaba planos de casas, de iglesias, sobre todo de bóvedas, como si tuviera nostalgia de la muerte. Pensaba rendir examen de ingreso a la facultad. Rindió con éxito el examen pero mi abuela después dijo que fue un embuste.
Parece que un profesor le preguntó con sorna al verlo llegar un día a la facultad:
—¿Piensa vivir por mucho tiempo? ¿Como Matusalén?
—¿Por qué? —preguntó don Toni.
—Porque si pretende recibirse de arquitecto... bueno, mejor que no siga, por respeto a los ancianos.
—¿Y por qué no? —interrogó cándidamente don Toni.
—Dentro de seis años calcule la edad que va a tener, si es que llega hasta entonces.
—No me preocupa —contestó don Toni sin enojarse—. Piano piano si va lontano.
—En efecto, será mejor que se dedique al piano, porque el lontano me parece bastante problemático de alcanzar, en su caso.
—Aprenda a hablar —contestó don Toni, peinándose la lana del colchón deteriorado que brillaba sobre su cabeza, porque empezaba a usar brillantina.
Todo esto lo sé por mi abuela, porque mami, que era una cuentalotodo, en esa época todavía no había nacido. Mamá nació cuando don Toni andaba de novio y lucía aquellos trajes tan elegantes de gabardina y un anillo con una piedra azul en el dedo meñique. Con sus planos había edificado ya una casa en el Tigre que llamaba la atención en los días de regatas por la originalidad de sus balcones, y una capilla barroca que no existía la par en Buenos Aires. El día que se comprometió, más bien el día después, vinieron él y la novia invitados por mi abuela a tomar el té a casa. La novia era preciosa y una notable guitarrista, al decir de todos. Alguna vez obtuvo un premio de belleza. Mucha gente sospechaba que don Toni se teñía el pelo, pero otros decían que el pelo había vuelto a su color natural, debido a las ilusiones de amor que habían despertado en él, gracias a la novia. Rondita (así se llamaba la novia) muy pronto se enteró
de la edad que osaba tener don Toni, aunque nadie a ciencia cierta la supiera. A ella le falló el coraje de echársela en cara, sino con indirectas, y finalmente con la devolución del anillo de compromiso, que le arrojó a la cara, en una mañana de sol. La belleza pasó después una semana sin salir de su cuarto, buscando desesperadamente en su memoria algún joven de quien enamorarse. Cuando descubrió que nadie era mejor que don Toni, don Toni la había olvidado, para atender a niñas mucho más jóvenes. La verdad es que don Toni, por despecho, se dedicó a los deportes y se rejuveneció hasta tal punto que la gente no lo reconocía por la calle. Dicen que era bárbaro. Mi abuela tenía que descolgar el tubo, por los llamados telefónicos: ¿Don Toni está? ¿Don Toni salió? No resonaba otro nombre en la casa.
Cuando se recibió, o dijo que se recibió, de arquitecto, fue todo un acontecimiento. Lo supe por un enano de la carnicería, porque mi abuela siempre negó los triunfos de don Toni y el enano siempre decía la verdad, aunque la verdad duele casi siempre. En el segundo patio de la casa, se ofreció un banquete con caviar y champagne francés. Desde la calle se veían las mesas. El
enano vislumbró hasta el color de los platos y las puntillas. Era el mes de diciembre. Mamá, que era chiquita en esa época, lloraba en su cuarto porque la niñera la dejó sola para espiar a las visitas. De aquella noche, mamá conservó una neurosis casi incurable. Don Toni estaba tan buen mozo que hasta la Pita Roca lo miró con insistencia y la Paulina Acosta, despechugada como siempre, fingió un desmayo, para que la auscultara. Tal vez esto sea un invento de una
ama de llaves (pues en esa época existían las amas de llaves y de leche), pero algo habrá de cierto; la cuestión es que tengo una foto vulgar y silvestre donde el tipo está bárbaro. Las mujeres se lo disputaban, sobre todo las más jóvenes, que preferían a un hombre ya grande y vivo y no un chiquilín tonto. Don Toni se dejaba amar con barba y todo. ¡Con qué maestría alimentaba el fuego en el corazón de sus enamoradas!. Acudían a su oficina no sólo mujeres en busca de planos de viviendas o de bóvedas, sino mujeres que lo amaban por haberlo
encontrado en alguna reunión. Muchas se arruinaron por querer construir una bóveda, sin disponer del dinero necesario. Y así transcurrieron los años, que lo rejuvenecían entre el amor y el estudio, entre los negocios y el ocio. Y así llego a la pubertad, cuando mamá se casó y se enamoró platónicamente de él, y a la adolescencia, cuando la belleza de su rostro impresionó tanto a una princesa, que enloqueció por no poder besarlo; y a la niñez, cuando los juguetes
electrónicos llenaron su cuarto y las figuritas espaciales adornaron los espejos de su armario; y a la edad insaciable y delirante de las mamaderas, cuando el hombre es como un enfermo pequeño, que no se maneja solo, porque es un niño arrugado, de pocos meses.
Son infinitas mis conclusiones: mi abuela es la culpable; sin embargo, a veces rechazo la idea loca de que Toni sea don Toni, que la n se transformó en m y el hombre en niño. Pero ¿quién podrá ahora quitarme las dudas que se retuercen en mis entrañas? Vos tal vez, porque ves las cosas de afuera.
Tomi ha desaparecido justamente en el momento en que yo he dado a luz.
La última frase que me dijo fue:
—No me gusta que uses minifalda ni vestidos transparentes y patatí y
patatá —como un viejo reviejo.
—Andá a freír papas —le contesté—, sin saber que me arrepentiría para toda la vida, porque la última frase que uno dice es siempre la que vale. Pensándolo bien, nadie lo trajo a esta casa a Tomi, como a don Toni. Pasó de la adolescencia a la infancia sin que yo ni nadie de la casa lo advirtiera. ¿Estaríamos todos papando moscas? Como si fuera hoy, a los cinco años me
mostró una foto y me la regaló diciéndome:

—Es una foto de cuando yo era viejo. No quedó otra para regalarte.
Me pareció natural, tan natural que no se lo conté a nadie; o bien me pareció tan sobrenatural, que no se lo conté a nadie. Oírlo hablar de ese modo, me hizo redoblar mi cariño por él y mi ceguera. Todos somos ciegos en el amor. Escribíme diciéndome lo que pensás de todo esto. Si el infierno existe, seguramente será el que acabo de conocer con la desaparición, que nadie
confiesa en la casa, de Toni. ¡Qué buen compañero de mi hijo hubiera sido! Se me caen las lágrimas cuando contemplo las fotos de cuando era viejito. Me dirás como la otra vez, que me haga psicoanalizar. Andá.

Mil besos de tu Paula.
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Querida Paula:
Leí tu carta ¡como si me hablaras en chino! ¡Y pensar que somos tan amigas!. Te complicás por nada, eso es lo que a mí me parece. Don Toni, del que oí hablar en tu casa, me daba sueño en cuanto lo nombraban. Conque don Toni, después de instalarse en tu casa, para mayor abuso, se transformó en Tomi. ¿Te lo dijo tu abuela?. Que se lo cuente a otro. Esa vieja es un quemo y vos la escuchás. Para mí que hay gato encerrado, porque decime en qué cabeza cabe que un hombre aparezca en una casa de la noche a la mañana sin que lo echen y sin que a nadie se le ocurra llamar a la policía para ver si es un asaltante, un leproso, un ladrón o un loco escapado de un manicomio. ¿No se dieron cuenta tus papis, Nena, del peligro en que ponían a toda la familia?. Qué querés que te diga, yo nunca soñé que algo así podía suceder en tu casa, con lo severos que han sido siempre con vos: "Nena, no vayas aquí", "Nena, no vayas allá", "Nena,
no vayas de pantalón y menos de minifalda, para ir al Electric de la calle Lavalle", "Ese corpiño te marca mucho", "Esa faja ¿no te ajusta?".

El día que dieron Rocco y sus hermanos, con Alain Delon, prohibida para menores de
dieciocho años, se armó la podrida. ¿Hay derecho?. Teníamos quince años: en la India, las tipas se casan a los doce. La pucha que son locos los padres que uno tiene; parece que lo odiaran a uno de puro cariño. Lo que menos entiendo es tu preocupación por Tomi. Yo quise mucho a mi
perrito Macho, pero cuando desapareció, como si ni lo hubiera conocido pensé: hay otros perritos en el mundo, y me conseguí otro más bonito, que no ensucia tanto. No digo que sea lo mismo, pero no creas que anda tan lejos; total, un chico molesta bastante. ¡Si conoceré las mañas que tienen cuando vomitan encima del mejor vestido que uno tiene!. Yo no quería tener chicos, te lo dije el día del bautismo; pero Adrián protestaba: "¿Y para qué nos casamos, vieja? Si no es para tener chicos, no valía la pena". ¿Querés creer que me enfrié después de esa frase? No contesté nada, porque si contesto soy como leche hirviendo, y si me enojo de veras, como cuando contesto, le doy con el cuchillo de la manteca que tenía en la mano. La vida es triste, querida; no hay vuelta que darle. Y todavía vos te preocupás por un fantasma, por ese Tomi, que ha desaparecido. ¿Qué más querés? Su ropita le servirá a tu hijo ¿o se fue con la ropita?

Cuando la vi, me quedé bizca. ¡Qué alforcitas, qué vainillas, qué broderie, qué bordados!
Parecía la ropa del niño Jesús, del Convento de las Niñas Harapientas, ¿te acordás? ¿O ya olvidaste nuestros chistes?. Y el cura piola, que nos confesaba: "¿Qué otro pecadito, mi hijita? ¿Qué otro pecadito?. Haga memoria". Y era siempre el mismo pecadito que confesábamos, y el mismo pecadito que quería que tuviéramos y la misma penitencia que nos daba. ¿Qué edad tenía Tomi, en aquellos tiempos?. Me dijiste que fumaron un atado de cigarrillos, encerrados en el cuarto de baño, y que te dio un beso, como de cine, cuando te desmayaste.
Era mayor que vos y después fuiste mayor que él. No tiene ni pies ni cabeza. Por más que me rasque la rodilla, no entiendo ni palote, y lo peor de todo es que me da miedo. Si a los hombres les diera por vivir como a don Ton¡, para atrás, ¿qué pasaría? Si un buen día, ya niños, desaparecieran, por lo menos no habría tantas sorpresas, sabríamos (salvo un accidente) cuánto van a vivir. ¿Sería posible, vieja, que esto pasara? Me quedan dudas al respecto, pero me parece que no voy por buen camino para tranquilizarte, así que chau, un beso para el
nene y otro para vos.
Prilidiana.

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Silvina Ocampo

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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.