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Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un
esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las
comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes.
Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso
existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de
esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además no era vieja; se
escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis; se examinan
rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al
fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la
sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco
años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera
restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la
madre, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera,
la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión
conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el
ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la
entrada de la cocina calma la discordia.
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Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad
que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del
escalón, no debe menospreciarse su mérito.
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Macedonio Fernández
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