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Nadie puede negar, todos estamos dispuestos a ser testigos de que Juan tuvo la Piedra Mágica.
¿Cómo llego a sus manos?
La navidad del año pasado estaba cerca. Todos pedimos algo posible de recibir, Juan pidió lo imposible: La Piedra Mágica. La única persona que pensaba que tal piedra podría existir era mamá. Pero debió tener sus dudas y empezó a buscarla.
Ella guarda, desde que era chica, un montón de piedrecitas del Lago Titicaca. Las sacó de un baúl, las echó sobre una frazada al sol y empezó, una por una, a frotarlas de una y otra manera. Nada. No eran mágicas. Eran bonitas y nada más. Mamá seguramente pensaba que si el Niño no mandaba la Piedra Mágica a Juanito, ella la podía descubrir.
Por si acaso no ocurriera el milagro. Ella, o papá, compró otros regalos. Eso pasa siempre. Cuando, por cualquier razón, el Niño no manda lo que se le pide, los padres regalan a los desilusionados.
Además mamá está escribiendo un librito titulado “La Piedra Mágica”, ¡por si acaso!
Llega la Noche Buena. Es la única en la que nos permiten estar despiertos hasta tarde. La sala estaba adornada con un árbol grande con hilos plateados, nieve de algodón, estrellas de papel brillante, campanitas, bolas de color y, en el suelo, paquetes y zapatos de niño (ponemos los que no sean nuevos para que el Niño no diga: −Mejor no dejo aquí, hay niños pobres). Luces, velitas. Ya saben como se espera esa noche.
A la doce en punto; ¡una bulla atroz! ¡Campanadas, gritos de alegría! Casi ni nos fijamos en Juan allí mudo de gozo, sus ojos brillantes con lágrimas, sus mejillas rojas: ¡RECIBIÓ LA PIEDRA MÁGICA, LA PIEDRA!
Le saltaba el corazón en el pecho; dejó que pusiéramos la mano encima para oir que rápido iba y venía.
Ya no nos ocupamos tanto de nuestras cosas porque, de verás, todos estábamos ansiosos por ese regalo, ansiosos y con miedo de que no llegara.
Juan nos contó cuando le paso ese primer rato dudó.
Primero, había un papel de seda rojo, después una caja en forma de baúl, con metidos de concha en la tapa, forrada de terciopelo; dentro, una bolsa, también, de terciopelo con hileras doradas, y una estrella también dorada. En la bolsita había un anillo con piedra color gelatina de naranja, una gran gota sólida, transparente, amarillo con jaspes blancos, una grande azul color lago, otra más chica roja como rubí y muchas piedrecitas más menudas, colores gris, azul, naranja, blanca, rosada, celeste, negra, a rayas, un coral y dos huayrurus, esas semillas rojo con negro.
Muy emocionado, Juanito se puso el anillo; entonces, Lupe le dijo al oído, lo mismo hizo Ximena después Carmelina: tres deseos.
Empezando por abuelita, todos estábamos emocionados sabiendo que en casa teníamos un tesoro tan raro. Pensar que entre miles de gente, mi hermano había sido escogido para tener algo que debe haber solamente uno en el mundo…
Juan ya no hizo tanto caso a sus otros regalos. Le gustarían, pero en comparación, ya todo parecían así nomás. Después de la rica cena, los hijos de abuelita y los primos se fueron a sus casas. Ya estábamos en la cama cuando sonó el teléfono:
Era Lupe:
−¡Juan, Juan! −gritaba− ¡Resultó, resultó! ¡Una bicicleta junto a mis zapatos! ¡Carmelina recibió la muñeca que pidió!
Un ratito después llamó Ximena. También por la Piedra Mágica: ¡El triciclo!
Después la Piedra Mágica ha estado cumpliendo otras maravillas para Juan y para los que tenían un deseo.
Ahora parece que ha perdido un poco su fuerza o se han cansado algunas de sus “servidoras”, ya no tiene tanto efecto.
O será que el dueño ha olvidado algunas de las fórmulas que tenía que pronunciar según la ocasión.
No puedo explicar con palabras lo maravilloso que fue ese día…
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Yolanda Bedregal
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