Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.
La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡No!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.
¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
el tiempo los descubre y los publica.
Aquellos que juzgáronme felice,
en amores que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:
“Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares”;
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser, o muy vulgares.
Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas
con lágrimas mi carta escribiría.
Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar otra tinta más oscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.
Aunque no soy para soñar esquiva,
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir y aún estoy viva;
tengo ansias de vivir y ya estoy muerta.
Me acosan de dolor fieros vestigios,
¡qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y apenas cumplo veinte primaveras.
En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil, tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuanto más lloro.
¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: “Te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida”.
¿Qué te respondí yo? Bajé la frente,
triste y convulsa te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente
es natural que muere muy temprano.
Tus versos para mi conmovedores,
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden menos las espinas.
Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa,
que vive solamente una alborada.
¡Cuántos de los crepúsculos que admiras
pasamos entre dulces vaguedades;
las verdades juzgándolas mentiras,
las mentiras creyéndolas verdades!
Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar mis ojos y mi boca,
tu misma sombra me causaba celo.
Al verme embelesada, al escucharte,
clamaste, aprovechando mi embeleso:
“déjame arrodillar para adorarte";
y al verte de rodillas te di un beso.
Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa y timorata:
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre
porque toda pasión es insensata.
Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.
Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.
Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.
¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
El grande amor con el desdén se paga:
toda llama que avivan los deseos
pronto encuentra la nieve que la apaga.
Te quisiera culpar y no me atrevo,
es, después de gozar, justo el hastío:
yo que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.
Me engañaste y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.
Pronto voy a morir; esa es mi suerte;
¿quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino oscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar ese camino?
En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso;
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con un beso.
Mostrar a Dios podremos nuestra historia
en aquella región quizá sombría.
¿Mañana he de vivir en tu memoria...?
Adiós... adiós... hasta el terrible día.
Leí las líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando...
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.
.
Juan de Dios Peza
.
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.
La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡No!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.
¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
el tiempo los descubre y los publica.
Aquellos que juzgáronme felice,
en amores que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:
“Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares”;
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser, o muy vulgares.
Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas
con lágrimas mi carta escribiría.
Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar otra tinta más oscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.
Aunque no soy para soñar esquiva,
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir y aún estoy viva;
tengo ansias de vivir y ya estoy muerta.
Me acosan de dolor fieros vestigios,
¡qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y apenas cumplo veinte primaveras.
En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil, tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuanto más lloro.
¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: “Te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida”.
¿Qué te respondí yo? Bajé la frente,
triste y convulsa te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente
es natural que muere muy temprano.
Tus versos para mi conmovedores,
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden menos las espinas.
Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa,
que vive solamente una alborada.
¡Cuántos de los crepúsculos que admiras
pasamos entre dulces vaguedades;
las verdades juzgándolas mentiras,
las mentiras creyéndolas verdades!
Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar mis ojos y mi boca,
tu misma sombra me causaba celo.
Al verme embelesada, al escucharte,
clamaste, aprovechando mi embeleso:
“déjame arrodillar para adorarte";
y al verte de rodillas te di un beso.
Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa y timorata:
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre
porque toda pasión es insensata.
Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.
Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.
Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.
¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
El grande amor con el desdén se paga:
toda llama que avivan los deseos
pronto encuentra la nieve que la apaga.
Te quisiera culpar y no me atrevo,
es, después de gozar, justo el hastío:
yo que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.
Me engañaste y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.
Pronto voy a morir; esa es mi suerte;
¿quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino oscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar ese camino?
En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso;
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con un beso.
Mostrar a Dios podremos nuestra historia
en aquella región quizá sombría.
¿Mañana he de vivir en tu memoria...?
Adiós... adiós... hasta el terrible día.
Leí las líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando...
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.
.
Juan de Dios Peza
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