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Los viajeros muy lejanos están sentados a la orilla de la carretera a la salida de la aquel pueblo. Allí juntos se miran y rien de vez en cuando, solo comían pequeñas porciones de unas reservas que habían separado al salir de viaje. Sus cuerpos se habían cubierto de sudor y su cabellos colgaban en grasientas greñas por culpa del calor insoportable de aquel lugar. Realmente un lugar de olvido en el que las gentes parecían vivir placenteramente. Sólo los viejos recordaban aún, entre la lluvia, que podía existir un mundo mas allá de donde el olor fétido podía llegar, un olor que para ellos era como su marca personal, algo que les decía que allí era donde ellos pertenecían, entonces con cierto aire mundano aquellos viajeros podían repetir con repugnancia cuando partiremos para poder respirar aire fresco? Realmente dueños de una locura vivían aquellas gentes al lado de esa carretera.
A pesar del poco o ningún caso que le hacían los habitantes de el pueblo, y tal vez gracias a ello, era como el destino observador jugaba una broma a quienes rechazaban un estilo de vida tan mezquino como las historias que se tejían y borraban en el pueblo con aroma a muerte…
La noche que recibió a estos tres desprevenidos de la vida, fue una noche de lluvia y el río bajó de las montañas crecido, bramando como una bestia enferma, pero de inagotable energía. Solo lograba agudizar los sentidos de quienes pasarían la noche en el detestable pueblo.
Gruesas gotas han resbalado toda la noche sobre el parabrisas de bus intermunicipal, Golpea la lluvia como un aviso, como una señal. Nunca había caído tanta agua que simplemente arrancaba de las entrañas las rocas abortivas de las montañas del viejo camino. Algo me dice y algo en mí ha entendido el insistente mensaje. Se ha formado un gran charco de lodo y rocas y las esperanzas de poder continuar con el viaje se desvanecían con el sonido de cada gota golpeando la ventana, el agua escurría por el vidrio a medio cerrar y sentía como las gotas entraban cayendo en mi frente. Muy pronto se secará pero la pesadilla aun se encuentra en mí. El calor regresa de la tierra húmeda y los perros callejeros aullaban sin cesar, los viajeros sienten el miedo fluir hasta llegar a la cabeza inerte de pensamientos ya que que solo buscaban escapar de esa tragica realidad.
Un canto de ruiseñor comienza a purificar la mañana y el manto de luz logra el tan esperado olvido de una noche tortuosa. Los tres viajeros sonríen se miran largamente y con sorpresa. En sus ojos ya no hay miedo, anqué la incertidumbre persiste. Pero el motor se puso en marcha y ahora en las ventanas comienzan a moverse las casa y muchas cosas pasan por mi lado hasta solo quedar montaña tras montaña, el movimiento no se hacia esperar mas, la alegría invadía cada cara de sueño y trasnocho que en el bus habitaba.
En cada respiro de brisa que entraba por la venta, sentía el olor a fresco, a montaña húmeda, a flor silvestre. Dejamos una pesadilla atrás y creo que a pesar de las risas y de la incomoda noche que vivimos nos damos cuenta que de forma casi familiar recreamos un un cuento de Álvaro mutis con un pueblo de olor a mierda y grandes gotas de lluvia, que para tres viajeros solo duro unas cuantas horas y para toda una población durara toda la vida.
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Álvaro Mutis
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Los viajeros muy lejanos están sentados a la orilla de la carretera a la salida de la aquel pueblo. Allí juntos se miran y rien de vez en cuando, solo comían pequeñas porciones de unas reservas que habían separado al salir de viaje. Sus cuerpos se habían cubierto de sudor y su cabellos colgaban en grasientas greñas por culpa del calor insoportable de aquel lugar. Realmente un lugar de olvido en el que las gentes parecían vivir placenteramente. Sólo los viejos recordaban aún, entre la lluvia, que podía existir un mundo mas allá de donde el olor fétido podía llegar, un olor que para ellos era como su marca personal, algo que les decía que allí era donde ellos pertenecían, entonces con cierto aire mundano aquellos viajeros podían repetir con repugnancia cuando partiremos para poder respirar aire fresco? Realmente dueños de una locura vivían aquellas gentes al lado de esa carretera.
A pesar del poco o ningún caso que le hacían los habitantes de el pueblo, y tal vez gracias a ello, era como el destino observador jugaba una broma a quienes rechazaban un estilo de vida tan mezquino como las historias que se tejían y borraban en el pueblo con aroma a muerte…
La noche que recibió a estos tres desprevenidos de la vida, fue una noche de lluvia y el río bajó de las montañas crecido, bramando como una bestia enferma, pero de inagotable energía. Solo lograba agudizar los sentidos de quienes pasarían la noche en el detestable pueblo.
Gruesas gotas han resbalado toda la noche sobre el parabrisas de bus intermunicipal, Golpea la lluvia como un aviso, como una señal. Nunca había caído tanta agua que simplemente arrancaba de las entrañas las rocas abortivas de las montañas del viejo camino. Algo me dice y algo en mí ha entendido el insistente mensaje. Se ha formado un gran charco de lodo y rocas y las esperanzas de poder continuar con el viaje se desvanecían con el sonido de cada gota golpeando la ventana, el agua escurría por el vidrio a medio cerrar y sentía como las gotas entraban cayendo en mi frente. Muy pronto se secará pero la pesadilla aun se encuentra en mí. El calor regresa de la tierra húmeda y los perros callejeros aullaban sin cesar, los viajeros sienten el miedo fluir hasta llegar a la cabeza inerte de pensamientos ya que que solo buscaban escapar de esa tragica realidad.
Un canto de ruiseñor comienza a purificar la mañana y el manto de luz logra el tan esperado olvido de una noche tortuosa. Los tres viajeros sonríen se miran largamente y con sorpresa. En sus ojos ya no hay miedo, anqué la incertidumbre persiste. Pero el motor se puso en marcha y ahora en las ventanas comienzan a moverse las casa y muchas cosas pasan por mi lado hasta solo quedar montaña tras montaña, el movimiento no se hacia esperar mas, la alegría invadía cada cara de sueño y trasnocho que en el bus habitaba.
En cada respiro de brisa que entraba por la venta, sentía el olor a fresco, a montaña húmeda, a flor silvestre. Dejamos una pesadilla atrás y creo que a pesar de las risas y de la incomoda noche que vivimos nos damos cuenta que de forma casi familiar recreamos un un cuento de Álvaro mutis con un pueblo de olor a mierda y grandes gotas de lluvia, que para tres viajeros solo duro unas cuantas horas y para toda una población durara toda la vida.
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Álvaro Mutis
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