I
Ahora
que encamino mis pasos hacia el alto crepúsculo,
cadáveres de sueños siembran su cal inútil
a lo largo del día.
Mi deyoción frustrada no acierta ni siquiera
a imaginar un súbito color entre la sombra.
¡Esta tarde, como todas Ias tardes,
he perdido una estrella!
Apareció de pronto flotando sobre el río
y fué como nenúfar transitorio
su anunciación insólita.
Su nombre de rocío
dejó en mis lábios avidez lacustre;
y ai fin, celeste y evasiva,
se diluyó en derroche de iluminada espuma.
Vino después a mis hambrientas playas
y era un pez rutilante en mis redes de asombro;
pero sobre la arena se deshizo
su inusitada piel de azogue.
II
Decidme, amigos:
¿habéis visto mi estrella?
Por la alegria con que bañó mi aurora,
yo la busqué en la zarca sonrisa de los niños;
en el piafar ardiente del caballo;
en la congregación dei pan sencillo;
en la dorada fuga
de una silvestre lagartija;
en el remanso donde las palomas
trizan a picotazos los luceros,
y en la miel inocente
con que el amor construye sus panales.
III
Avisadme
si encontrais una huella
de mi pequeña luz desvanecida.
Por el temblor que aposento en mi alma,
le percibí en el viento
— salterio alucinado para cantar tu nombre —
que encendió fuegos fátuos
en el encarcelado panteón de mi esqueleto.
La seguí en el salitre de la ola imprevista
que me acerco un instante
ai ojo pavoroso del velero
perdido en la vigilia de mi oceánica noche.
Me conmovió la orquesta sensual de su llamada
y el corazón en brasas consumido en su estirpe
la espera en el secreto sacerdócio del fuego.
IV
Alerta, caminantes:
Ha caído mi exhalación en el vacío.
Prestadme vuestros mantos;
tendedlos sobre el polvo;
que su llama fugaz no se lastime
y me deje
en cenizas transida.
Vosotros, los que portais antorchas iluminando bosques,
y mares y desiertos,
no abandoneis mi paso
que enigmas y tinieblas asaltan.
Escuchadme:
si no encuentro la brecha
donde sabias y diseminadas espinas
conducen a la rosa;
si este llanto
con su pasión de cándida ternura
no logra humedecer
el contorno inflamado de su ausencia;
antes que muera a obscuras,
sin el contraste de su leve cirio,
heridme aqui en el pecho,
sacadme el corazón, arrojadlo a la noche
y retiraos, amigos,
porque su incandescencia de volcán retenido
libertará sus vetas
incendiando la tierra, el aire, la esperanza...
V
¡He perdido mi estrella!
Si la encontrais un día,
decidle, que en su busca
este pequeño corazón de trigo
quiso ser para ella
el pulso universal dei firmamento.
.
Margarita Paz Paredes
.
Ahora
que encamino mis pasos hacia el alto crepúsculo,
cadáveres de sueños siembran su cal inútil
a lo largo del día.
Mi deyoción frustrada no acierta ni siquiera
a imaginar un súbito color entre la sombra.
¡Esta tarde, como todas Ias tardes,
he perdido una estrella!
Apareció de pronto flotando sobre el río
y fué como nenúfar transitorio
su anunciación insólita.
Su nombre de rocío
dejó en mis lábios avidez lacustre;
y ai fin, celeste y evasiva,
se diluyó en derroche de iluminada espuma.
Vino después a mis hambrientas playas
y era un pez rutilante en mis redes de asombro;
pero sobre la arena se deshizo
su inusitada piel de azogue.
II
Decidme, amigos:
¿habéis visto mi estrella?
Por la alegria con que bañó mi aurora,
yo la busqué en la zarca sonrisa de los niños;
en el piafar ardiente del caballo;
en la congregación dei pan sencillo;
en la dorada fuga
de una silvestre lagartija;
en el remanso donde las palomas
trizan a picotazos los luceros,
y en la miel inocente
con que el amor construye sus panales.
III
Avisadme
si encontrais una huella
de mi pequeña luz desvanecida.
Por el temblor que aposento en mi alma,
le percibí en el viento
— salterio alucinado para cantar tu nombre —
que encendió fuegos fátuos
en el encarcelado panteón de mi esqueleto.
La seguí en el salitre de la ola imprevista
que me acerco un instante
ai ojo pavoroso del velero
perdido en la vigilia de mi oceánica noche.
Me conmovió la orquesta sensual de su llamada
y el corazón en brasas consumido en su estirpe
la espera en el secreto sacerdócio del fuego.
IV
Alerta, caminantes:
Ha caído mi exhalación en el vacío.
Prestadme vuestros mantos;
tendedlos sobre el polvo;
que su llama fugaz no se lastime
y me deje
en cenizas transida.
Vosotros, los que portais antorchas iluminando bosques,
y mares y desiertos,
no abandoneis mi paso
que enigmas y tinieblas asaltan.
Escuchadme:
si no encuentro la brecha
donde sabias y diseminadas espinas
conducen a la rosa;
si este llanto
con su pasión de cándida ternura
no logra humedecer
el contorno inflamado de su ausencia;
antes que muera a obscuras,
sin el contraste de su leve cirio,
heridme aqui en el pecho,
sacadme el corazón, arrojadlo a la noche
y retiraos, amigos,
porque su incandescencia de volcán retenido
libertará sus vetas
incendiando la tierra, el aire, la esperanza...
V
¡He perdido mi estrella!
Si la encontrais un día,
decidle, que en su busca
este pequeño corazón de trigo
quiso ser para ella
el pulso universal dei firmamento.
.
Margarita Paz Paredes
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