miércoles, 9 de marzo de 2011

Carta a mi hija Camila

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Camila de mi corazón: Me parece increíble que tengas siete años. ¡Siete años, Cami! ¡Ya estás grande! Dentro de poco voy a ser un viejito y tú me vas a tener que cargar. ¿Te acuerdas cuando yo te cargaba en Washington y te llevaba a ver las ardillas mientras tu mami estaba en la universidad? ¡Cómo te encantaban las ardillas, mi amor! Aunque hiciera mucho frío y cayera nieve, tú me obligabas a llevarte a la calle para verlas saltar por los árboles de nuestro barrio. Tú las mirabas feliz y estirabas tus brazos como si quisieras tocarlas y subir a jugar con ellas. Eras mi ardillita adorada. Yo te apachurraba y te daba besitos en tus cachetes helados y me abrigaba contigo.


Ni tu mamá ni yo sabíamos que ibas a ser una niña, Camilín. Cuando saliste de la barriga de tu mami, yo estaba atrás de ella ayudándola a respirar y de repente la doctora dijo it’s a girl! y tú empezaste a llorar y yo también aunque no tan fuerte como tú y rapidito te pusieron en el pecho de tu mami y ya estabas tomando tu leche como una gatita, y te aviso que no era leche chocolatada, bandida, porque ya sé que ahora que tienes siete años sólo te gusta tomar tu leche chocolatada de la caja del conejito, y si te doy leche blanca se la terminas dando al gatito que se esconde abajo de mi camioneta, no creas que no te he visto, flaca traviesa.



Tu mami es la mujer más buena del mundo y tú siempre debes ser muy cariñosa con ella, ¿ya? Cuando tú eras una bebita y estabas en su barriga, ella ya te quería muchísimo y te hablaba cosas bonitas y te ponía música clásica (el concierto para clarinete de Mozart y el piano bellísimo de Rachmaninov, sobre todo, que ahora te gustan tanto) y te cantaba canciones en inglés y te cuidaba como las leonas cuidan a sus cachorritos y no dejó nunca que nada malo te pasara. Acuérdate de esto siempre, Cami: tu mami tiene un corazón muy grande, grandísimo, del tamaño del mar, y antes de que tú nacieras ella ya te quería más que a nadie en el mundo, y por eso tú tienes que darle siempre muchos besitos y hacerla muy feliz y sobre
todo hacerle sus galletitas de chocolate que tanto le gustan los domingos en la tarde.



De los días que vivimos en Washington, la ciudad donde naciste, recuerdo especialmente, aparte de tu fascinación por las ardillas, una vez que me quedé cuidándote porque tu mami se había ido a clases y tú empezaste a llorar porque te dio hambre y sólo querías tomar leche del pecho de tu mami y yo, tratando de distraerte, te hice todos los jueguitos de siempre y te di tu biberón de leche en polvo y saqué tu gusanito de colores que te encantaba pero tú seguías llorando y yo no sabía qué hacer para calmarte y entonces se me ocurrió llenar la tina y meternos con tus patitos amarillos al agua y así estuviste un rato tranquila y contenta pero de pronto otra vez te dio hambre y comenzaste a llorar de nuevo y yo traté de darte tu mamadera pero tú sólo querías el pecho de tu mami, así que nos vestimos medio mojados y salimos disparados a la universidad y fuimos a buscar a tu mami como unos locos, tú llorando y yo corriendo, y por suerte la encontramos saliendo de su clase y ella te calmó rapidito y yo casi me desmayo porque te prometo que si no encontraba a tu mami ya iba a llamar a la ambulancia. No creo que te acuerdes de ese día, Camilín, porque tú ni siquiera tenías seis meses, pero te aseguro que nunca he corrido tan rápido por las calles de Georgetown: ese día corrimos tan rápido que creo que hasta pasamos a las ardillas.



No sé por qué, ahora me acuerdo clarito de una tarde en que te estaba cargando en el departamento de Washington y de repente comenzaron a sonar unas sirenas bien fuertes y nos asomamos los dos a la ventana y vimos pasar una caravana de motos y carros negros y adentro de un carro negro enorme iba al presidente de los Estados Unidos, que por si acaso se llama Clinton, y con las justas lo pudimos ver cuando pasó rapidito y yo te abracé fuerte y me dio mucho pero mucho orgullo ser tu papi y sentí que prefería ser papá de Camila que presidente de Estados Unidos o del mundo entero.



Cuando nos mudamos a Miami, vivimos un tiempo en un hotelito en la playa que seguramente ya has olvidado. ¡Cómo te gustaba bañarte en la piscina, Cami! Te pasabas horas chapoteando y no había manera de sacarte de allí.
Pero lo que más te gustaba era perseguir a las gaviotas en la playa y
tirarles panes y ver cómo se te acercaban chillando y comían los pedacitos de pan que tú les tirabas. ¿Te acuerdas que después, cuando vivíamos en el departamento frente al mar, ya no teníamos que bajar a la playa para darles de comer a las gaviotas porque ellas venían hasta el balcón y les tirábamos panes y ellas los atrapaban en el aire con sus picos anaranjados y se los comían en el acto y tú corrías feliz a la cocina por más panes hasta que de repente nos tocaban la puerta y era el guardián del edificio que venía a decirnos muy molesto que estaba prohibido darles de comer a las gaviotas desde el balcón porque después se hacían la caca encima de las señoras viejitas que estaban tomando sol en la piscina? ¿Te acuerdas, Cami, de las gaviotas volando frente a nosotros en el balcón y tú tirándoles panes y saltando de felicidad mientras hacías ruidos imitándolas? Te digo una cosa, mi amor: siempre que veo una gaviota, me acuerdo de ti y te veo sonriendo.



¿Qué sería yo sin ti, Cami? Antes de que tú vinieras al mundo, yo era un hombre muy triste. Tú naciste, me miraste sorprendida y me fuiste enseñando a ser feliz. ¿Y qué sería de ti sin tu helado favorito, Camilín?
Desde chiquita te ha encantado comer helados todo el día, a toda hora, haga calor o frío. ¡Cómo te gustan los helados! Has salido a tu abuelo Nacho, que es tan buena gente y nunca se cansa de comer helados. Tú de repente no te acuerdas, pero tu helado favorito ha ido cambiando de sabor.



¿Quieres que te cuente? De bebita adorabas el helado de chocolate, pero
sólo si lo chupabas de mi dedo, nunca de una cucharita. Cuando llegamos a Miami, tu helado favorito cambió de color: era amarillo, de mango. Te sentabas frente al televisor a ver El Rey León y comías feliz tu heladito de mango. Pero un día dejó de gustarte y tu helado favorito pasó a ser rojo, de fresa, servido además en vasito rojo de dálmatas porque en ningún otro vasito es igual de rico, ¿no es cierto? Ahora que ya tienes siete años, tu helado favorito es el de chocolate, igual que tu abuelo Nacho, y no cualquier heladito de chocolate: el que más feliz te hace es el que tú llamas de chocolate con chocolate, o sea, el de palito que viene afuera con una capa dura de chocolate y adentro bien relleno de más chocolate para que, al terminarlo, termines con tus bigotes marrones. ¿Te acuerdas del otro día en que me regañaste porque se habían terminado tus helados y yo no había ido al súper a comprarte más? Te prometo, Cami preciosa, que toda mi vida te voy a comprar tus helados favoritos. Voy a trabajar bastante para que tú puedas comer todos los helados que quieras. Lo que ya no te puedo comprar (y me da mucha pena) son tus galletas de hoja que tanto te gustaban, las rosaditas y las verdes, rellenas de chocolate, pero tú sabes que las vendían en el súper que cerró y no las tienen en el único súper que queda cerca de la casa, pero las galletas de oso que te encontré en vez de las de hoja, ¿también están ricas, no es cierto? Te voy a decir una cosa, bandida: con la cantidad de galletas de hoja que te has comido podríamos hacer una selva más grande que la de Tarzán. ¡Eres una dulcera como tu mami! ¿Tú sabes que cuando yo era chiquito decía que de grande quería ser heladero para comerme todos los helados de la carretilla? Ahora
que soy grande todavía sigo queriendo ser heladero: heladero tuyo, para darte todos los helados que te hagan feliz, mi gatita.



Si tú supieras, Camilita, Camiloca, todos los pequeños momentos en que me siento tan feliz de ser tu papá: por ejemplo, cuando vamos juntos al parque a montar bici y yo aprovecho para correr tres vueltas y tú me acompañas en tu bici y conversamos de lo más bien; cuando bailas con tu hermanita Paola las canciones de Shakira que tanto te gustan y me terminas haciendo bailar a mí también; cuando te pregunto con quién te vas a casar y tú me dices con nadie y yo te pregunto por qué y tú me dices porque quiero ser soltera; cuando me acompañas al correíto y abres el pequeño casillero a ver si te ha llegado tu catálogo de Disney que luego vas a marcar y recortar para que yo te compre muchas cosas lindas; cuando te preguntan delante mío qué quieres ser de grande y tú no lo piensas dos veces y dices escritora; cuando vienes calladita mientras yo escribo en la computadora y me dices que tú también quieres escribir y me dictas un cuento lindo en el que me hablas de Dios y al final lo titulas “Dios nos llamó” y yo después llamo a mi mamá a leérselo porque tu cuento es una belleza y sé que ella se va a emocionar; cuando vamos a volar cometas y de repente el cielo se vuelve negro y vienen unos vientos fuertísimos y se nos rompen las cometas y tú te asustas por la tormenta y crees que ese viento malo te va a llevar volando como a Dorothy en El Mago de Oz y corremos asustados a meternos a la camioneta, ¿te acuerdas del susto que nos dimos, mi amor?; cuando me das permiso para ver mis noticias y apagas tus dibujitos en la tele; cuando vamos al cine y nos emocionamos tanto que terminamos llorando los dos y comiendo un montón de canchita deliciosa que es un vicio; cuando vienes corriendo y me dices cuckoo-face y me haces cosquillas y me abrazas y me dices que me quieres; cuando me acompañas en la camioneta y cantamos esa canción tan bonita que descubrió tu mami que dice tus besos de hielo, yo los derrito con mi calor o esa otra de U2 que nos encanta que dice I wanted to run but she made me crawl, oh oh oh the sweetest thing, this is a blind kind of love, oh oh oh the sweetest thing; cuando llegas del colegio y me cuentas las cosas que has aprendido ese día y te comes todo tu brócoli porque eres una niña obediente; cuando te mando saludos en la tele y al ver la grabación tú saltas de la felicidad y me haces repetirte diez veces la escena y luego Paoli me pide que la repita diez veces más; cuando vamos a los carritos de carrera y nos pasan los niños malos a toda velocidad y tú me dices que es más rico ir despacio; cuando estoy durmiendo a Paoli y te escucho leer solita y bien despacio las primeras palabras de tu cuento de la Bruja Berta; cuando te dicto palabras largas como chirimoya o granadilla o hipopótamo y tú las escribes perfecto; cuando me dibujas como un flaco con unos anteojos grandotes pero que siempre sonríe; pero sobre todo cuando me ves en el aeropuerto y gritas ¡papi! y corres y te tiras sobre mí y me abrazas fuertísimo y yo siento que si no fuese tu papi no sería nadie.



Una noche en mi cama te dije que antes de que tú nacieras yo era un hombre muy solo y muy triste y tú me dijiste yo sé, papi y me abrazaste como mi bebita que ha crecido y ya tiene siete años pero sigue siendo mi ardillita adorada. ¿Sabes también, Camila de mi corazón, que estos últimos siete años han sido los más felices de mi vida? Te voy a decir un secretito en el oído, Camilín: yo me he enamorado de una sola persona (y ella por supuesto es tu mami) y he escrito algunos libros (que cuando seas grande tú sabrás comprender) y he conocido gente súper famosa (no sueñes nunca con ser famosa: sueña con ser feliz) y he viajado a ciudades muy bonitas (extrañándote) y he hecho algunas travesuras (no por malo sino para reírme un poquito), pero te prometo que lo mejor que me ha pasado en toda mi vida es tener una hija tan linda como tú y otra como Paoli, tu hermanita preciosa a la que siempre tienes que cuidar. ¡Y pobre de ti que me vuelvas a bajar el pantalón cuando estemos en Blockbuster!



Te adora,
Tu papi.
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Jaime Bayly
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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.