miércoles, 9 de marzo de 2011

El amante mercenario y delator

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Hay una chica en mi cama y es lunes y en dos horas tengo que dejar el hotel y correr a darle un beso a mi hija menor que está enferma y luego correr en medio del tráfico espeso y caótico de Lima para llegar a tiempo a tomar el vuelo de regreso a la isla.La chica sabe que he reservado esas dos horas con ella y que no tengo un minuto más, sabe que he llegado a Lima el día anterior y no he podido verla porque he estado enredado en compromisos familiares y grabaciones en el canal de televisión. La chica también sabe que esa mañana no he podido verla porque he acudido a una dependencia policial a someterme a un interrogatorio derivado de la querella que ha planteado contra mí una señora ignorante y codiciosa que se niega a aceptar que el tiempo nos corroe a todos y la televisión es una fiesta que no dura para siempre.


La chica está callada y por eso me gusta. La chica ha dejado a su novio y me ha ido a buscar al estudio de televisión varios domingos seguidos y me ha regalado fotos suyas (algunas muy perturbadoras, en el mejor sentido) y me ha dicho que sólo quiere ser mi amiga, sabiendo que eso es imposible y que es demasiado joven y deseable como para que yo me resigne a ser su amigo. La chica ha abandonado la universidad, ha conseguido que yo pague todo el semestre para que su padre no se entere de que ya no estudia filosofía, se ha matriculado en un taller literario dictado por dos escritores que se han pasado la vida diciendo que soy un escritor malo o incluso pésimo, y me ha dado a leer algunos cuentos que ella ha escrito, unos cuentos que me han gustado mucho, tanto que le he prometido que quizá algún día los publicaré en un libro que me gustaría titular Pajas, título que a ella le gusta también.


Los cuentos son todos muy personales y suelen narrar las peleas que ella tiene con su madre, que es adicta a las pastillas, y con su padre, que es alcohólico y sin embargo jugador de frontón, y con su ex novio, que la acosa por teléfono y le ruega que vuelva con él y alivia su tristeza visitando prostíbulos, cosa que él inexplicablemente le cuenta y a ella le da asco y ganas de no verlo más.


La chica y yo nos hemos visto varias veces en ese mismo hotel de Lima y nos hemos besado y tocado y ella ha cumplido con perfecta sumisión las bajezas que le he ordenado, pero no se podría decir que hemos hecho el amor, han sido sólo unos breves encuentros en los que la amistad, sus cuentos tristes y el deseo se han entremezclado y han terminado siempre conmigo metiendo dólares en su cartera para que pueda pagar el taller literario que dictan los escritores que se consideran infinitamente superiores a mí y no pierden ocasión de despedazar cada novela que publico.


Esta noche, sin embargo, y tal vez porque sabemos que sólo disponemos de dos horas, las cosas ocurren como si tuviesen que ocurrir, como si estuviesen escritas en un guión: nos besamos, nos quitamos la ropa y le pregunto si debo ponerme un condón y ella me dice que no, que toma pastillas, y sin perder tiempo se sienta a horcajadas sobre mí y cabalga mientras yo tiro de sus pelos rubios y pienso si será verdad que toma pastillas y si debo terminar en ella corriendo el riesgo de dejarla embarazada a sus apenas diecinueve años y yo con una hija de quince que es más alta que esa chica que está agitándose sobre mí.


Como suele ocurrirme en esos momentos, me abandono a la fortuna que me reserve el destino y entonces hacemos el amor, sólo que es un acto breve, desesperado, impregnado de una extraña tristeza, porque ambos sabemos que no nos veremos en un tiempo largo y quizá no nos veremos nunca más.


Después, mientras ella se viste, meto mis cosas atropelladamente en el maletín de mano, llamo al botones, pago la cuenta, la subo a un taxi sin darle siquiera un beso y subo a la camioneta y manejo como un suicida para llegar a tiempo a darle un beso a mi hija enferma con cuarenta de fiebre y luego a subirme al vuelo que me instalará de vuelta en la vida sedentaria y cálida de la isla, lejos de mis hijas, de mi madre, de mi chica callada y tal vez ahora embarazada.
Porque ocurre enseguida lo que era predecible: la chica me escribe preguntándome si tengo sida. Le digo que no. Me pregunta cómo estoy tan seguro. Le digo que estoy seguro. Le pregunto si es verdad que toma pastillas. Me asegura que sí. Le digo que no le creo. Le digo que seguramente ya está embarazada. Le digo que si está embarazada me encantaría tener un hijo con ella. Me dice que no está embarazada y que si lo estuviera abortaría sin pensarlo dos veces. Deja de escribirme unos días. Luego me escribe y me dice que le vino la regla. No sé si creerle. En todo caso, sé que no quiero verla en un tiempo. No quiero más enredos amorosos en mi vida. Se lo digo: Quiero estar solo, radicalmente solo, no me escribas más, no vayas a verme al canal, no me busques en el hotel.


La chica me dice que soy un egocéntrico y un vanidoso (usa esas dos palabras) y que sólo una persona tan egocéntrica y vanidosa es capaz de hacerle lo que yo le hice: llamarla al hotel, tener sexo apurado con ella, subirla a un taxi y decirle que no quiero verla por un tiempo indefinido. Le digo que probablemente tiene razón, pero que no olvide que puedo ser generoso además de vanidoso porque pagué todo el semestre que ella dejó de ir a la universidad, mintiéndoles a sus padres.


La chica es preciosa y escribe bien y cuando veo sus fotos tal vez la extraño y pienso en ella haciéndome el amor, en llevarla de viaje a una playa y disfrutar abusivamente de su cuerpo casi adolescente. Le pregunto si está dispuesta a viajar conmigo escapando de Lima en las fiestas de fin de año. Me dice que sí. Luego me manda un cuento en el que recrea la escena del hotel: ella es la inocente aspirante a artista que ha caído en la emboscada que le ha tendido vilmente el escritor egocéntrico, que después de usar de su cuerpo le mete plata en la cartera como si fuera una prostituta, lo que a ella le resulta humillante. Le escribo diciéndole que ya no tengo ganas de seguir leyendo sus cuentos y que si mi plata le resulta humillante, debió decírmelo y no aceptarla en silencio y luego quejarse escribiendo cuentos sobre su vida torturada para que sus profesores del taller la elogien, sospechando que ese egocéntrico que compra las caricias y los labios de aquella pobre chica soy yo, el escritor frívolo que ellos detestan.


La historia con la chica que me dijo que quería ser sólo mi amiga y dejó a su novio y la universidad para ser escritora y que me miraba desde una esquina del estudio de televisión todos los domingos con un aire de superioridad, como diciéndome que mi programa era un adefesio y yo no merecía a una chica tan joven y bella como ella, parece haber terminado de momento, y terminado mal, como suelen terminar estas historias, porque ella me ha dicho que soy peor aún de lo que parezco en televisión y yo le he dicho que no me interesa leer sus cuentos ni verla más y ella me ha preguntado ¿y no vas a cumplir tu promesa de publicar mis cuentos? y yo le he dicho que las malas personas rara vez cumplen sus promesas y que ella supo desde el primer domingo que fue a sonreírme coqueta al estudio que yo era una mala persona y no sería su amigo sino su amante mercenario y delator.
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Jaime Bayly
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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.