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He llegado tarde a tu vida.
Los dos llegamos tarde.
Yo a la tuya, tú a la mía...
Arrastrábamos juntos un pasado de ruinas
la diabética herida que no quiere curarse...
Vanos fueron los sueños y la fuerza empeñada
pudo más el veneno de las horas vividas
el recuerdo indeleble de amarguras pasadas.
Lavé mis manos sucias
en las tranquilas aguas de la esperanza buena
y entonces renovado
quijotesco y absurdo emprendí la cruzada...
Qué inútil fue mi esfuerzo
porque no me importaran los celos del pasado.
Qué agonía espantosa
fue saber que mis labios
no fueron los primeros que tus labios besaron...
Que fuiste de otros hombres que amaste
o te amaron...
Qué grotesco y qué vano
fue tratar de olvidar que en días anteriores
tu mente estuvo grávida de oscuros apetitos
tus pies tuvieron alas detrás de otros amores...
Qué inútil fue mi esfuerzo
porque no me importaran los celos del pasado
ni el amor propio herido
ni el impulso asesino que endureció mi mano
aferrando una copa en impotente amago...
Tal vez por cobardía
por el miedo invencible
de comprobar de cerca que la carne maldita
es más fuerte que el alma...
Y enemigo pequeño no se encuentra en la tierra
cuando el hombre disputa con avidez de fiera
la caricia deseada
dos sábanas, dos piernas
dulce abismo inconcluso que conduce a la nada...
Treinta y dos almanaques sacuden sus inviernos
amarillos y helados en mi frente cansada.
Treinta y dos escalones cuyas losas rosadas
se tornaron oscuras, moribundas, gastadas.
De pie sobre el más negro,
Los dos llegamos tarde.
Yo a la tuya, tú a la mía...
Arrastrábamos juntos un pasado de ruinas
la diabética herida que no quiere curarse...
Vanos fueron los sueños y la fuerza empeñada
pudo más el veneno de las horas vividas
el recuerdo indeleble de amarguras pasadas.
Lavé mis manos sucias
en las tranquilas aguas de la esperanza buena
y entonces renovado
quijotesco y absurdo emprendí la cruzada...
Qué inútil fue mi esfuerzo
porque no me importaran los celos del pasado.
Qué agonía espantosa
fue saber que mis labios
no fueron los primeros que tus labios besaron...
Que fuiste de otros hombres que amaste
o te amaron...
Qué grotesco y qué vano
fue tratar de olvidar que en días anteriores
tu mente estuvo grávida de oscuros apetitos
tus pies tuvieron alas detrás de otros amores...
Qué inútil fue mi esfuerzo
porque no me importaran los celos del pasado
ni el amor propio herido
ni el impulso asesino que endureció mi mano
aferrando una copa en impotente amago...
Tal vez por cobardía
por el miedo invencible
de comprobar de cerca que la carne maldita
es más fuerte que el alma...
Y enemigo pequeño no se encuentra en la tierra
cuando el hombre disputa con avidez de fiera
la caricia deseada
dos sábanas, dos piernas
dulce abismo inconcluso que conduce a la nada...
Treinta y dos almanaques sacuden sus inviernos
amarillos y helados en mi frente cansada.
Treinta y dos escalones cuyas losas rosadas
se tornaron oscuras, moribundas, gastadas.
De pie sobre el más negro,
el último peldaño que alcanza mi existencia
el más débil y oscuro.
Desde allí, con tristeza
contemplo tu partida
y dejo que te vayas...
el más débil y oscuro.
Desde allí, con tristeza
contemplo tu partida
y dejo que te vayas...
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Julio Sosa
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