miércoles, 9 de marzo de 2011

Cuando las velas no arden

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Volvía a casa después de varios años. La primera noche perdí el cansancio del viaje en una cama de sábanas recién lavadas y ponchos ásperos; pasé días de charla y atenciones constantes, hasta que dejé de ser el recién llegado. Una tarde, Laura me dijo que fuéramos a visitar a Naida, nuestra hermana que vive en la banda del río. Caminamos en silencio por el callejón de los sabucos, yo iba pensando en mis sobrinos, no sabía por qué no fui a visitarlos tras que llegué de mi viaje. Ya deben estar grandes, el mayor de siete hermanos, el otro de seis y al último todavía no lo conozco. Cuando eran más chicos les gustaba jugar conmigo; ahora quién sabe si se muestran miedosos. Oscar, el mayor, era llorón, ahora debe estar inteligente y grandote. A Deme le gustaba besarme en la mejilla, era el más valiente y forzudo. Clovis cómo será, se va a encontrar por primera vez con su tío, ya tiene cuatro años. Llegamos al río y comenzó la brisa. Ya era de noche cuando nos paramos junto a la tranca, la abrimos y cruzamos el patio saludando a gritos para que sepan que llegábamos. Naida estaba en medio del humo de la cocina, sentada sobre unas leñas.

-¡Qué milagro, qué madrugaron! -dijo burlona saliendo de la penumbra.

A la luz del fuego vi relucir su diente de oro, adiviné el cuerpo flaco, las lágrimas secas y el rostro avejentado. Nos dimos la mano y nos invitó a pasar al comedor.

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Don Benedicto, su marido, estaba sentado en el rincón liando un cigarrillo. Una manta le cubría la espalda, sobre las rodillas yacía su sombrero alón. Nos dio la mano de sentado, creo que se alegró de verme aunque su boca no sonreía. Le pregunté por sus hijos y me dijo que seguían jugando en la huerta. Se levantó para arreglarnos un asiento.

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La puerta se abre y entra Oscar, me saluda riendo y saltando y se acomoda entre mis piernas, me toma de las manos y mira mi reloj, yo le hago cosquillas, él me mira riendo con sus siete años fresquitos. Luego sale corriendo a llamar a sus hermanos. Pronto llegan los tres en un valgamediós de risas y gritos. Me saludan rápidos, impacientes. Sólo Clovis viene temeroso a darme la mano. Los otros se ponen a corretear y a bailar por todo el cuarto. Naida viene de la cocina con un mechero que coloca en la repisa, luego se pone a limpiar la mesa.

-Vamos a servirnos un platito -dice, y mira a sus hijos que no dejan de moverse-. Los dos más grandes ya van a la escuela -explica-; Clovis no va, pero ya tiene cuaderno.

Clovis se mueve apenas, no puede ocultar su miedo. Lo miro de cerca, deja de moverse y se lleva las manos a los ojos en ademán de limpiarlos; tuerce los pies y ríe. Se me apega con la vista en el suelo y toma mi mano. Los otros bailan, brincan, se empujan y siguen jugando.

-Clovis no tiene pareja -dice Naida-, por eso no está chiviando.

-Tío, yo sé dibujar un hombre -dice el uno.

-Y yo también una vaca -el otro.

-Y yo un ratón -el último, y todos ríen.

-A ver dibujen pa que vea su tío -les calma la voz del padre.

Dejan de reír y se ponen a dibujar en sus cuadernos amarillos.

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Naida trae la olla y comienza a servir la comida. Oscar me muestra su dibujo, un payaso con la boca asustada y las extremidades de rana. Deme empuja a su hermano y me muestra una vaca que más parece un gato; se lo digo, pero él insiste en que es una vaca. Clovis asienta el lápiz en su cuaderno y no hace más que un punto. Mira a los demás y ellos vuelven a reír; me muestra su hoja:

-Helay, ratones chiquitos -y sigue haciendo puntos.

Los otros ya no le hacen caso y sigue la diversión.

-A comer se dijo -levanta la voz don Benedicto-; dejen de jugar en la mesa.

Todos se calman. Comenzamos a comer. De pronto Naida se da cuenta de que Clovis no está en el cuarto.

-Debe estar afuera -dice levantándose.

Don Benedicto la mira salir. El mechero chisporrotea y despide un vaho pesado. Escuchamos los gritos afuera; cuando ya estamos terminando de comer vuelve Naida, sola.

-No parece -dice.

Don Benedicto se para despacio.

-¡Cómo que no parece! Andá a traerlo de una vez.

Ella vuelve a salir. Laura también se levanta y yo la sigo.

-¡Clovis!

-¡Clovis!

El pero ladra en el corral. Entramos al dormitorio. Naida busca debajo de la cama, las sillas… Laura remueve las ropas del colgador… Nada. Don Benedicto está en la puerta con el mechero, yo salgo al patio. Escucho un ruido de platos en el comedor. Entro y… ahí están los tres, siguen dibujando en sus cuadernos.

-¡Aquí están todos! -grito.

Naida viene corriendo con el mechero. Alumbra… y no están más que los mayores.

-Aquí estaba -digo-, ahorita mismo acabo de verlo…

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La luna comienza a salir recortando los cerros. Oscar y Deme no quieren rendirse al sueño. Están sentados en su catre de palo, atontados, testarudos. Los demás siguen buscando al perdido. Entro a la oscuridad del comedor y me siento. El techo es un cielo estrellado, el cuarto un campo abierto…

-¡Clovis! ¿Qué haces ahí debajo?

-Estoy dibujando -dice levantando la cabeza por entre las patas de la mesa-. Mire, mi cuaderno ya está llenito.

-¡Y tanto te han buscado ahí afuera! ¿Qué son esos dibujos?

-Aquí hay un corral, por esta tranca pasan los chanchos y yo la cierro. Helay las gallinas, y las flores del jardín, y mi perro ladrándole al zorro. Ésta es la casa y aquí está el chiquero de las ovejas. Mire, fíjese, ésta es la chacra y en la falda el trigal, el trigo está verde todavía. De ahí vienen los cerros, y arriba el sol. Se calla un momento como si atajara una risa y luego sigue: -Aquí adebajo me escondí yo, al lado de esta escalera pa subir a sacar maíz del zarzo. Este bulto que ve aquí es la tinaja de agua. Y usté, tío, está a mi lado, ¿no? ¿Ande está usté, tío? -Vamos. ¿Ya quieres dormir? Dame la mano.

-¿Qué le parece mis dibujos, tío?

-Lindos, sí, ¡vamos ya! Tus hermanos te están esperando.

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Con una mano abro la puerta y con la otra aprieto la de él como si temiera volverlo a perder. Luego de despedirnos salimos con Laura a la oscuridad del callejón; la luna ya se había perdido. ..........................................................................................................................................................................

Los tres niños quedaron dormidos, pero no podía soportar en mi mano una sensación de vacío. Me daba ganas de volver a retener esos dedos y quedarme así toda la noche. Adelante escuchaba los pasos de mi hermana, pero no la veía. Era tan negra la noche, que parecía imposible el día.

-Nos dio un susto, ¿no? -dijo Laura con una sonrisa a medias.

-Sí -le respondí con el mismo tono.

Y me di cuenta de que no quería retener tanto a Clovis, sino a mi propia infancia, que por un instante se asomó en ese pequeño rostro y me dejó a un paso del llanto. .

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Manuel Vargas
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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.