miércoles, 9 de marzo de 2011

La noche es virgen

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Antes de desfilar por buena parte de la programación rosa, antes de someterse a inefables intercambios con Samuel Gelblung (“Debo decirte, Chiche, que frente a ti, me siento absolutamente heterosexual”), Bayly ya había ganado el premio Herralde de novela (1997), un galardón que premia parte de lo más interesante de la literatura iberoamericana, una caracterización que responde más a la procedencia geográfica de un escritor que a una filiación literaria o estética
F.C.
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Tomado de: Diario Río Negro
26 de noviembre de 2009


Además de entrevistador de chicas del momento (siempre exuberantes en sus curvas, siempre titubeantes, cándidas y vergonzosas en sus respuestas triple equis), además de protagonizar irrupciones escandalosas en los resúmenes televisivos vernáculos (la mayoría de las veces vinculadas a declaraciones en torno a su vida privada o la de los argentinos que viven en la pantalla), Jaime Bayly –Lima; 1965– suele encontrar el tiempo suficiente para escribir novelas.

De hecho, antes de desfilar por buena parte de la programación rosa, antes de someterse a inefables intercambios con Samuel Gelblung (“Debo decirte, Chiche, que frente a ti, me siento absolutamente heterosexual”), Bayly ya había ganado el premio Herralde de novela (1997), un galardón que premia parte de lo más interesante de la literatura iberoamericana, una caracterización que responde más a la procedencia geográfica de un escritor que a una filiación literaria o estética (la pluralidad de voces y estilos que proliferan en Latinoamérica en nada se parecen a una corriente estética; son, pese al empeño de los etiquetamientos editoriales, parte de una tendencia en donde si algo se encuentra es diversidad).


Cuando llegó a la televisión argentina, Bayly ya tenía cuatro novelas publicadas, y en el mejor de los casos el grueso de todos nosotros sólo lo registraba como ese tipo con cara de libidinoso que –luego lo supimos– solía relamerse los labios frente a los entrevistados que invitaba a su programa, como degustando por anticipado las respuestas a las preguntas que –quizá– se le ocurrían sobre la marcha, y que no eran otra cosa que un martillo entre signos de interrogación.
Bayly también fue el tipo a quien Mex Urtizberea preguntó aquello de: “¿Eres bala?”, es decir le preguntó si era gay, pero en un tono jocoso, como esperando que, por el solo hecho de llamarse Jaime Bayly, y por estar frente a una cámara, al peruano le resultara imposible esquivar el señuelo de otro escándalo. Y lo que más bien ocurrió fue lo contrario, o en todo caso nada de lo que se esperaba de él: Bayly se ofuscó y hasta se mostró ofendido por la pregunta.


Todo esto para decir que termino de leer La noche es virgen. Y parte de ese Bayly ciertamente impúdico de la tele se deja ver en un libro que tiene un fuerte sesgo autobiográfico, con un narrador-estrella-de-televisión-bisexual-drogón, y con una historia que transcurre, como una road movie urbana (si tal cosa fuera posible) por las sórdidas calles de Lima, con sus limeños “feos”, con sus dealers en cada esquina, y sus hedores igual de reprochables, según dice cada vez que puede Gabriel Barrios, el alter ego de Bayly en la novela.


El libro (no recomendable para señoras/es que tienen el escándalo fácil o inmanejable) cuenta la historia de un amor más o menos tormentoso: Barrios queda flechado por un antihéroe rocker con el que se encama una noche de -¿puedo decirlo?- "desenfreno", tras un recital en El Cielo, a donde el protagonista del libro va cada vez que puede a tomarse sus "cocacolitas bien heladas". El resto es una cuenta regresiva: el tiempo –un tiempo cuyo paso a Barrios le duele en la piel– que resta para que pueda ver de nuevo a Mariano, una posibilidad para la que valen todas las estrategias.


La noche es virgen está escrita con una prosa súper legible. Bayly, por momentos, logra un efecto hipnótico que recrea la transcripción de un desaforado monólogo contado al oído, uno de los motivos que impiden dejar de leer el libro.


En definitiva, el tema de la novela sería la imposibilidad de cierto amor, algo que también podría leerse como una crítica a la estandarización de preceptos morales que colocan en el lugar de la culpa a quienes gozan de una sexualidad para nada identificada con los moldes que en los 90 recién comenzaban a ser socialmente aceptados.


Es un libro, además, con cierto dejo a fiesta menemista, como sonido ambiente y de fondo (Bayly escribió el libro cuando Alberto Fujimori era presidente de Perú), y que recrea la pobreza de los países de esta parte del continente, y los conflictos internos peruanos, como el de la guerrilla y las bombas estallando en cualquier esquina. Se trata de estampas y paisajes que facilitan el despliegue de un lenguaje muy rico en su sonoridad, puesto al servicio de una historia bien contada: el laboratorio del lenguaje supeditado al servicio de una historia.
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Jaime Bayly
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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.