miércoles, 9 de marzo de 2011

Los caballos

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Los tres caballos que me acosaban en el sueño, saltaron de las nubes y cayeron en la pradera, cerca de un lago en cuyo espejo se reflejaba la luna. Los miré a lo lejos, pero al verlos venir a mi encuentro, me eché a correr atravesando montes, ríos y quebradas, hasta que de pronto me escabullí en un huerto de árboles frutales.
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Caminé escuchando el retumbar de los cascos. Atravesé un arco iris y aparecí ante un panorama abierto a mis pies como una inmensa pampa. En el horizonte se hundía el sol con su rosado resplandor, mientras una bandada de pájaros se dispersaba en el aire.
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Estaba en otro tiempo y lugar, pero seguía corriendo como empujado por el viento. Di un traspié y caí en redondo. Me levanté de un brinco y seguí corriendo sin volver la mirada.
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Los tres caballos, que avanzaban a galope tendido, me alcanzaron en el camino. Ninguno llevaba jinete, salvo un cuerno en la frente. Parecían caballos domados, pero no tenían amos. Lucían alas en las patas y el lomo. Eran blancos, fuertes y briosos, muy parecidos a Pegaso, el corcel mitológico nacido de la sangre derramada por Medusa, domado por Minerva, montado por Perseo para liberar a Andrómeda y por Belerofonte para combatir a la Quimera.
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Aunque los tenía cerca, muy cerca, batiendo la cola y agitando el belfo, seguía apretando el paso, mientras sentía que mis energías se me iban por las piernas. El corazón me golpeaba, la sangre me hervía y la respiración se me hacía cada vez más pesada. No pensaba en nada sino en ganar distancia. Mas como mis piernas no respondían al ritmo impuesto por mi instinto de supervivencia, me dejé caer rendido sobre el pasto.
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Los tres caballos me alcanzaron. Se detuvieron en seco. Se alzaron sobre sus patas traseras y relincharon lanzando llamas como dragones alados. Los miré desde abajo, lleno de estupor y espanto, como el jinete que cae de un caballo desbocado. Ellos se acercaron al trote, hacían crujir los dientes y daban coces en el aire. Me bañaron con una lluvia de babas mientras me hablaban en un idioma desconocido, con inflexiones de dialectos pretéritos.
-¿Qué quieren? -dije, sintiendo que el mundo se me venía abajo.
Los caballos se levantaron sobre sus patas traseras, aletearon el colmo de la velocidad y se elevaron al cielo, las alas desplegadas y las crines tendidas al viento. El sol se hundió en el horizonte y la noche volvió a tender su manto.
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Al despertar, escuché desplomarse la puerta en medio de una polvareda que se disipó en el ámbito. Mi madre entró en el cuarto, me lanzó una mirada furtiva y dijo:
-¿Dónde están los caballos?
Me restregué los ojos y limpié el sudor de mi frente.
-¿Qué caballos? -pregunté.
-Los caballos que te perseguían en el sueño -contestó.
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Víctor Montoya

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VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.