sábado, 16 de junio de 2007

La estatuilla


El niño está solo en casa. El niño decide jugar. Va de un juguete a otro buscando uno que le permita llenar los minutos con la imaginación y la energía que surgen naturales de su cuerpo. El niño opta por el LEGO. Abre la caja y vacía las fichas sobre el suelo de parquet. El sol de la tarde resbala anaranjado por las paredes de la habitación. El niño se arrodilla. Es un niño como todos. No es necesario describirlo. El niño se pone a armar naves espaciales, autos imposibles, casas futuristas que cobran vida en el espacio purísimo de su mente. El olor de la casa vacía llena el aire. Es el olor del silencio. Es el olor del tiempo. Es el olor de la memoria. De pronto, el niño levanta la vista y ve la pelota de fútbol en un rincón del cuarto. El niño decide practicar un rato. Quiere ver si le es posible lograr más de diez dominadas seguidas. El niño se olvida del LEGO. Las fichas de colores quedan regadas sobre el piso de parquet. Charco de la imaginación. El niño toma la pelota. Huele a cuero. Huele a risas. Huele a gol. Luego del primer intento se da cuenta de que el espacio de la habitación no es suficiente para practicar. Le provoca salir, pero sabe que no puede hacerlo sin permiso. El niño duda, piensa que nadie dirá nada si sale sólo a la puerta, pero opta por quedarse. No le gusta desobedecer. Es un niño bueno. Entonces, el niño decide bajar a la sala. Ahí tiene más espacio. El niño toma la pelota y baja las escaleras. Está emocionado. Sabe que si logra hacer las diez dominadas impresionará a los amigos en la escuela. Se para en medio de la sala. Se concentra y deja caer la pelota sobre el empeine: uno, dos, tres, cuatro, cin… No le sale bien. Recoge la pelota y lo vuelve a intentar: uno, dos, tres, cua… Otra vez falla, pero sabe que está cerca. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, sie… Entonces sucede lo otro, lo inesperado. La pelota vuela directo hacia uno de los adornos favoritos de su madre. La estatuilla blanca gira en el aire. En cámara lenta gira. El silencio se hace añicos. Explota en astillas de porcelana. El niño se queda estático. La pelota deja de rebotar en el otro extremo de la sala. El desconcierto inicial es reemplazado por el miedo. El Miedo terrible tras el que se esconde castigo. El castigo es un fantasma que ya conoce bien. El niño mira el reloj de pared. Sabe que sus padres llegarán pronto. El miedo aumenta. La casa huele a castigo. El niño se abalanza sobre el adorno. Recoge las piezas. Su reacción primera es la de intentar arreglarlo. Une las piezas. Piensa que es posible. Sube corriendo en busca de la goma y baja. Los segundos retumban en toda la casa. El reloj grita. Huele a castigo y a falta de tiempo. El niño no puede. La goma no sirve. Nunca antes había intentado pegar porcelana. No funciona. No funciona. Los pedazos no se unen. El tiempo alimenta al miedo. El niño piensa en esconder el adorno. En borrar el accidente. En rezar. En no ser descubierto. El niño no sabe qué hacer. Tiene ganas de llorar. Una y otra vez intenta pegarla sin éxito.
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Llegan los padres del niño. La estatuilla no está. La pelota tampoco. Se saludan. Cenan. Se acuestan. El niño no puede dormir. La estatuilla rota bajo la cama contiene toda la culpa. La oscuridad de la casa es la oscuridad de su cuerpo. Huele a noche. Huele a angustia. La verdad es imposible. El niño se duerme. No sueña.
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A la mañana siguiente, su madre lo despierta. El niño abre los ojos sobresaltados. La madre le pregunta por la estatuilla. El niño la mira y le dice: NO SÉ.
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JOSÉ ANTONIO GALLOSO - Lima, Perú.
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José Antonio Galloso es autor de tres libros: "Si huyes hacia adentro", "Tres días para Mateo", y "Recortes de la memoria (o El libro de la sombra)".

9 comentarios:

Unknown dijo...

Amigo, peruano,sin duda, es así. De repente el niño se volvió hombre: aprendió a mentir. Aprendió que la mentira salva o retrasa los castigos. Aprendió que no hacerse cargo de nada era la solución. ¡Igual qué los hombres!
Te aclaro que, al utilizar la palabra hombre, lo hago en sentido genérico.

Un saludo de bienvenida.
Carla

Unknown dijo...

Es triste reconocerlo, pero la mentira, como en este caso, llega a convertirse en tabla de salvación. El niño bueno pronto derivó en genuino representante de la raza humana. Mentir edifica.
Una vez leí que la mentira se agranda porque la verdad no termina de copnvencer.
Un relato que invita a pensar.

Enhorabuena, amigo peruano.
Odi

José Antonio Galloso dijo...

gracias amigos, es un placer recibir su comentarios

Unknown dijo...

Si la mentira no existiera, ¿cómo identificaríamos la verdad? El niño, víctima del miedo y del castigo a su travesura, optó por dormirse con la solución debajo de la almohada. Al otro día la puso en práctica; MENTIR. Así descubrió el mundo de los adultos. De golpe supo que mentir es el arma que inspira la duda, y ante la duda los castigos se suavizan.

Bonito y revelador relato.
Enhorabuena, José Antonio.

Dos3cuatro

Unknown dijo...

Parodiando a Shakespeare digo: "Mentir o no mentir, esa es la cuestión". El niño lo tuvo claro; si iba con la verdad por delante recibiría un castigo. Si mnentía, el castigo se retrasaba, y, de seguir mintiendo, hasta le podía echar la culpa al gato. Hizo exactamente lo que hacían todos los días mamá y papá.
José Antonio, tu relato en el fondo es toda una tesis.

Yaiza

Unknown dijo...

Alguna vez oí decir, que la mentira es la sombra de la verdad. Y me afirmo en esta definición viendo la tele, leyendo los periódicos, escuchando a la gente: todos tienen su mentira disfrazada de verdad, y la defienden contra viento y marea, porque necesitan mentirse para que los demás vean su verdad. Triste panorama existencial
Y en ese ambiente vivía el niño bueno que soñaba con ser futbolista. Rompió la estatuilla, y al no poderla componer, la escondió. Esa noche pensó que él no era culpable, que la culpable sería la persona que allí la puso. Por eso imitó a los mayores y mintió. Y al mentir se volvió adulto porque aterrizó en el mundo real.
Encantado de haber leído tu escrito, José Antonio.

Julio

Unknown dijo...

La historia es simple; al niño bueno se le dio por el fútbol y pagó la estatuilla.
Con tan escasos elementos, José Antonio, desenmascaraste la falsedad humana. Un hecho aleatorio devino en dedo acusador; la mentira salva, la mentira retrasa los castigos, la mentira inmuniza, la mentira endosa la culpabilidad a otros.
Me gustó el planteamiento porque huiste de la frivolidad, para desenvolverte en un decorado cotidiano; una casa, un niño, una pelota y una estatuilla rota.
Muy lindo, sin duda.

Tito Grandi

(Te agradezco el comentario sobre mi texto "El perro que venció al olvido". Pienso que Fernando se merece todos los elogios. Yo solamente fui el vehículo para llegar a ti con su recuerdo)

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

"La estatuilla" es la vida misma; mientes o mueres.
El niño "futbolista" lo sabía y optó por poner en práctica la costumbre. Lo cual quiere decir, que el mundo camina sobre la mentira, y sobre la mentira seguirá avanzando o se destruirá.
Esto es así, pero los mentirosos continúan condenando la mentira ajena; la propia la justifican.
Esta simple reflexión es el saldo que me dejó tu escrito.
"La estatuilla" es toda una enseñanza para que la entienda el que la quiera entender.

Felicitaciones, amigo Galloso.
Un abrazo desde Guatemala.

(En esta Galería tengo un relato titulado "El amante de todas las mujeres". Allí trato, en clave de humor, un tema más antiguo que el estornudo, aunque hasta hoy se insiste es esconderlo tal si fuera un tabú)

VIVIR ES EL ARTE DE ATRAVESAR ESPERANZAS. -R.M.J.