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Un edificio mudéjar del siglo XIV alberga en el Toledo contemporáneo un pequeño Museo Sefaradí, creado en 1964, que muestra con timidez aspectos parciales de la sobrevivencia de la antigua y resplandeciente cultura hispano-judía del medioevo español. Se trata de la Sinagoga del Tránsito, que fuera eregida por Don Samuel Ha Levi Abulafia entre los años 1336 y 1357, en su momento funcionario público, Oidor de la Audiencia y Tesorero Real del Rey Pedro I de Castilla.
En su muro oriental presenta abundante lacería escultórica realizada en yeso y caliza, y frisos orlados por inscripciones históricas y bíblicas en hebreo. Las primeras consignan el mobilidario con que estaba provisto el templo y, ciegas al futuro que vendría, alaban y agradecen al Rey Don Pedro el haber autorizado la construcción. Las segundas transcriben textos de los Salmos, las Crónicas, los Reyes y el Éxodo y engalan los paneles frontales y laterales así como la galería de las mujeres.
De planta cuadrangular, tejado de pizarra en cuatro vertientes y paredes de mampostería y ladrillo, la sala central de rezos, que fuera coloreada en su origen, hoy conserva solamente la pericia extraordinaria de los alarifes mudéjares en el entramado de motivos florales, inscripciones y meandros realizados en yeso grisáceo que recuerdan el calado simétrico de un encaje bordado sobre los muros.
El piso, humilde, en cerámica mate policromada compone motivos exquisitos y delicados alternando con placas lisas de color sepia. Flota bajo el alto artesonado de vigas ensambladas, un aire pesado que parece aún no haberse desprendido de una espesa carga de tránsitos.
Ni los trágicos ataques de 1355 y 1391 a cargo de las masas estimuladas por las prédicas racistas que culminarían con la instalación del Santo Oficio de la Inquisición en 1480, los que destruyeron buena parte del barrio de la judería y a mil doscientas personas, ni los subsiguientes episodios antisemitas de persecusión, robo y asesinato generalizados que tuvieron lugar en Toledo a partir de 1440, ni aún el propio Decreto de Expulsión que firmaron los reyes Fernando e Isabel en 1492, lograron reducir la estampa de la sinagoga que, luego de servir de hospital y asilo para la Orden de Calatrava, fue sucesivamente iglesia y sacristía de San Benito, ermita y barracón militar, y hoy se erige muy digna en su sitio original.
El destino de su constructor, sin embargo, fue algo más dolido. A causa de la rivalidad del Pedro I con su hermano Enrique de Trastamara, los partidarios de éste último atacaron duramente la gestión de Ha Lévi Abulafia, hasta que lograron que el rey ordenara su arresto, junto a toda su familia, confiscando desde luego sus bienes y, también, la sinagoga tan querida. Torturado hasta la muerte para que confesara en qué lugar escondía otros supuestos tesoros, dejó de existir en manos de sus torturadores alguna madrugada nefasta de 1360.
En cambio, la casa que había habitado en tiempos más benignos, a pocos metros de su sinagoga preferida, todavía sigue en pie y muestra amplias galerías, pisos de alfarería rojiza, silenciosos y frescos, y un patio soleado lleno de vegetación floreciente donde, en sus días felices, seguramente bebió en compañia de los suyos en honor de su Sefarad amada, aún cuando la resolución tomada cien años antes por el IV Concilio lateranense (c.1215) ya obligaba a moros y a judíos a llevar una indumentaria distintiva y, desde 1239, Gregorio IX había decretado la expurgación de todo libro religioso judaico, indicadores no menores de que la devoción de Ha Lévi resultaría, por lo menos, prematura.
Hoy, las pinturas del Greco, quien adquiriera la llamada "casa del judío" en 1577, cubren las paredes con figuras sangrantes y mortificados Cristos, imágenes que Ha Lévi Abulafia hubiera encontrado fielmente armónicas con su propio destino.
Albañiles, carniceros, panaderos, molineros, tintoreros y escribientes, al despuntar el Siglo XII los judíos se habían hecho, en Toledo, cultivadores de viñedos y cereales en tierras arrendadas, bajo contratos de trabajo. Así, "el prior de San Servando cede una tierra en Azuqueca a un judío para que la plantara de viña, la labrase bien y la podara; a cambio, se beneficiaría de sus frutos menos de una cuarta parte de los mismos que debía entregar al lagar del monasterio", consignan los documentos.
La prohibición en las cortes de Valladolid de 1293 a moros y a judíos de poseer tierras había determinado un trasiego ocupacional de los judíos a oficios artesanales y a cargos administrativos: alguaciles, recaudadores, aprovisionadores y supervisores de la gestión legislativa y económica. La intermediación, la medicina, la filosofía y el comercio comenzaron desde entonces a ser los espacios más habitados en tanto que, dada la precariedad de los tiempos, se buscaban oficios trasladables que pudieran ejercerse en cualquier exilio.
Pero especialmente, la traducción constituyó una de las ocupaciones más relevantes para los judíos, que, dominando el árabe, se abocaron a la traducción, a partir de la Escuela de Traductores, de multitud de manuscritos islámicos al latín.
De todo ello da cuenta el Museo Sefaradí de la Sinagoga del Tránsito, donde se despliegan algunas de las versiones originales del Antiguo Testamento, y otros documentos religiosos importantes, traducidos del árabe al latín en otro tránsito, el que de una a otra se prodigaron las tres culturas más importantes de la España Medieval.
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Teresa Porzecanski
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